Por Ivón Lobos
Vivimos en una época en que las historias de ciencia ficción han cobrado vida en nuestra cotidianidad. Después de tantos meses de encierro ¿Acaso no parece haberse hecho realidad uno de los presagios más inquietantes de una novela distópica?
Miro desde mi balcón una ciudad muerta que levanta los despojos del encierro. La incertidumbre aflora toda muestra de pensamientos: en algunas personas de forma suave, en otras violento.
En este momento se viene a mi mente un relato que cuenta la historia de una sociedad arrasada por una plaga y de cómo el ser humano saca los monstruos que lleva dentro producto del encierro y sus propios infortunios: “El último hombre” de Mary Shelly.
Si bien sorprende como la literatura ha vaticinado grandes acontecimientos en el mundo, incluida la actual pandemia por el Covid-19, el imaginario distópico de la ciencia ficción presenta la dicotomía de “lo bueno” y “lo malo” del ser humano, que como es recurrente en la literatura de este género, es causa de la deshumanización de las sociedades. Pero hoy no es cuestión de literatura solamente, porque nuestro destino parece trazarse en conjeturas políticas perpetuadas desde la ficción.
La literatura de ciencia ficción cultiva muchos subgéneros, entre ellos, la distopía o antiutopía. Este término acuñado por Santo Tomás Moro presenta un futuro imaginario indeseable, marcado por la opresión y conflictos bélicos. Plantea una ruptura en las reglas establecidas, es decir, es el fin del mundo como lo conocemos y la instauración de una nueva organización política y económica. De forma semejante tiene un carácter divulgativo, de ahí que la pandemia puede ser entendida como una revelación de muchas obras literarias predecesoras.
Copio las palabras de Aldous Huxley que definen esta sociedad distópica en Un Mundo Feliz(1932) “He aquí el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno debe hacer. Tal es el fin de todo el acondicionamiento: hacer que cada uno ame el destino social, del que no podrá liberarse”.
Hoy en día existe una coyuntura entre la ficción y la verdad que se produce, porque los sucesos que originan ambas vertientes son posibles en estas “dos realidades”. Y las distopías tienen protagonismo precisamente por la ausencia de aspiraciones colectivas y el despojo de las característicasque nos definen como humanos.
Si escarbamos en la literatura nos podremos dar cuenta que este es un tema recurrente en el género que traspasa la realidad. Estas obras literarias sitúan la acción en espacios-temporales diferentes a los nuestros, relatan acontecimientos acerca de virus letales y avances tecnológicos que fracturan la “esencia de humanidad” que nos caracteriza como especie y ponen de manifiesto nuestra vulnerabilidad como humanos. Fahrenheit 451(Ray Bradbury), Un mundo feliz(Aldous Huxley), 1984(George Orwell), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Philip. K. Dick), Apocalipsis(Stephen Kink) y En el blanco(Ken Follet), son algunos ejemplos.
En Chile hay también muy buenas historias de ciencia ficción distópica. En 1951 Hugo Correa escribe Los Altísimos, obra maestra del género en nuestro país que describe una sociedad dominada por las máquinas y dependiente de la tecnología. Para esa época la capacidad imaginativa del escritor marcó un precedente en la ciencia ficción chilena.
Sin embargo, mientras sigo la lectura de este libro se viene a mi mente una pregunta pensando en el presente ¿Podemos interpretar esta historia solo desde la ficción? Creo que no del todo, pues en la actualidad vivimos en un entorno que supone la tecnología como neutra donde se asume que no existe ninguna idea o concepción del mundo detrás de ella: una reflexión de Miguel Seguró que avizora, tal como en el libro, los efectos de la tecnología en nuestra vida.
Pero lo interesante es que esta inflexión entre los avances tecnológicos y su relación con el ser humano tuvo sus primeras luces 70 años atrás en una novela de ciencia ficción chilena.
Los altísimos presenta una mirada distópica del futuro de la humanidad a partir de la construcción de un mundo que vive en un régimen totalitario con un alto desarrollo tecnológico. Cabe destacar que sus planteamientos se sustentan en la hipótesis de la tierra hueca y el mito de la caverna de Platón. Por una parte, crea un planeta dentro de otro, mientras que se hace presente la metáfora de Plantón acerca de las dos realidades que percibimos: el conocimiento que tenemos del mundo.
Aunque no desarrolla un ideario político, es también una mirada futurista a un totalitarismo comunista, posiblemente producto de la época en la que se escribió. Sin embargo, lo interesante de este libro es la construcción de un mundo gobernado por la tecnología que tiene similitudes con el universo de Matrix (1989) y con Un Mundo Feliz (1932) de Huxley.
Si recordamos la premisa de que el ser humano, como cualquier otra especie, desaparecerá en cualquier momento dado, la narrativa de la ciencia ficción lo reafirma a partir de historias donde virus letales destruyen el mundo. En este sentido, el imaginario distópico de la ciencia ficción fraccionado con “la realidad” pone un punto de quiebre al asociar ciertas similitudes de “lo apocalíptico” presente no solo en la literatura de ficción, sino que, también en la mitología, la religión y en una catástrofe como la actual pandemia.
Aunque no solo de virus se nutre la literatura, abundan los temas en que la decadencia del ser humano desarrolla un cataclismo en el universo de la ciencia ficción. Un ejemplo de aquello se aprecia en La próxima (1934), la única obra en prosa de Vicente Huidobro circunscrita en este género.
En este universo, Huidobro crea una colonia de intelectuales en Angola donde ocurre una guerra que hunde el mundooccidental. Aunque claramente estamos frente a una utopía que plantea la posibilidad de crear “un mundo mejor, a mi juicio, lo distópico también se hace presente en la destrucción de occidente a causa de las ambiciones humanas.
Merece mencionar también “Aquellos”, de Osvaldo Contreras(1962) y el capítulo “Rena en el siglo XL”(1969), publicado en la revista “Mampato”, por Themo Lobos. El primero, desarrolla un mundo en el que existen los últimos cinco humanos. En este lugar prevalece la robotización, por lo que es una crítica a la deshumanización de la sociedad. Themo Lobos, por su parte, crea una distopía cuyo personaje central, un niño de diez años, se entera que el mundo ha sido destruido por una guerra nuclear a través de un viaje en el tiempo.
La saga Ascensión-blanco (2016) de J.Y Zafira F es también una distopía chilena que plantea un mundo concebido bajo un nuevo régimen producto de un terremoto que cambia toda la humanidad.
De alguna forma la ciencia ficción tiene la capacidad de llevarnos al otro extremo de la realidad y analizar con un ojo crítico los hechos que definen nuestra historia política y social. En esta línea se ubica Ygdrasil (2005) de Jorge Baradit. En este libro el autor desarrolla el concepto denominado “ciberchamanismo” que hace referencia a la unión de elementos esotéricos, el mito y la tecnología.
Ygdrasil cuenta la historia de una sicaria chilena radicada en México adicta a la droga, quien por su fama de asesina es elegida por el gobierno para llevar a cabo la apropiación ilícita de información que guardan diversas organizaciones. Entre estas entidades está Yagdrasil: que administra el destino y energía de la civilización. En este mundo la presencia de la deshumanización es evidente en una sociedad que resguarda intereses individuales. Esta novela me hizo recordar el manga de ciencia ficción Ghost in the Shell(1989) de Masamune Shirow, aunque Yagdrasil es más espiritual que científico, por así decirlo, producto de la presencia de rituales chamánicos. En este sentido, el universo de Yagdrasil conjuga distintas mitologías con cyborgs que se relacionan en diferentes planos astrales y metafísicos.
Pero ¿Es posible que la incertidumbre social y situaciones que ponen en riesgo nuestro bienestar físico y emocional son lo que nos está acercando a la literatura de ciencia ficción? Lo que puedo decir es que hoy existe un cuestionamientoacerca de todo lo que nos rodea y nos gobierna. Precisamente producto de este quiebre nace un libro que recopila relatos de ciencia ficción surgidos en confinamiento. Me refiero a “COVID-19 CFCH, antología SCI FI en tiempos de pandemia”.
Esta idea nace del escritor y médico Leonardo Espinoza que desarrolla en colaboración con la Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantasía Chilena(ALCiFF). Aunque tiene como objetivo apoyar el desarrollo de la literatura de ciencia ficción chilena también se suma a contribuciones colectivas que están surgiendo en tiempos de pandemia. Este libro es, además, un ejemplo, tal como otros que no menciono, de que los conflictos sociales encuentran en la literatura una voz para contar al mundo el sentir de un momento que está cambiando la historia.
Mientras escribía este artículo recordé un ensayo de Vargas Llosa que me hizo comprender que la ficción ocupa un espacio de la realidad, mutando nuestra mirada primitiva de los hechos: “En efecto, las novelas mienten ―no pueden hacer otra cosa― pero esa es solo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que solo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es”.
¡Qué maravilloso artículo, Ivón!
Genial el marco teórico y recorrido histórico que realizas. Me encantó que mencionaras «La próxima» (1934), de Vicente Huidobro, una de las grandes plumas chilenas en su incursión por la ficción especulativa (y hace poquito salió una reedición bien linda por parte de Pequeño Dios Editores). ¡Gracias también por la mención a COVID-19-CFCh!
Muchos saludos,
Leo.
Hola, tras el leer el texto y ver que faltan de algunos hitos importantes, me asalta la terrible e inevitable duda: ¿qué pasó con la obra escrita por mujeres?
Saludos.