El espejo de Marilina

El espejo de Marilina

Por Nathalie Alvarez Ricartes. @nathalie.a.r

Ilustración: Carime Jackson @carimejackson

Un caballo blanco descendía del cielo. Estaba envuelto en un brillo tan potente que parecía anular todo lo demás.

                       Marilina despertó con una sensación extraña como si de pronto aquel sueño le devolviera la esperanza, como si sintiera que aquel caballo blanco que bajaba del cielo le estuviera enviando un mensaje positivo, como si las cosas fueran a salir bien desde ahora, aunque nunca lo hubieran hecho antes.

                       El intenso invierno estaba acabando con toda la leña que ella y su madre habían logrado recolectar antes de que acabara el verano y la comida escaseaba, como siempre. La pequeña casa de madera en medio del solitario bosque parecía cada día más vieja y endeble, eso sumado a la enfermedad que aquejaba a su progenitora hacían que su existencia fuera más difícil y tan sólo tenía once años.

                       Su rutina era casi idéntica los siete días de la semana; se levantaba temprano, preparaba el desayuno para ambas y enseguida salía para realizar las diferentes funciones que su pequeña y pobre granja les exigía. Todavía les quedaban dos cabras y tres gallinas quienes les brindaban ciertos alimentos para su propio consumo o para intercambiar con alguien más. Mientras ella estaba afuera su madre, dentro de lo que le era posible, avanzaba con el tejido de unas coloridas mantas que Marilina vendía en la feria de la plaza central los sábados a mediodía. También realizaba algunas costuras, algo que la pequeña supo aprender con gran mérito.

Marilina jamás había conocido a su padre y con el tiempo entendió que era un tema del que su madre jamás le hablaría, así que ella misma había decidido extinguir la figura paterna de su vida, como si nunca hubiera existido, como si ella hubiese sido concebida de alguna manera extraña y particular donde no era necesaria la semilla biológica masculina.

El pueblo donde vivían estaba de paso para conectar con otros poblados más grandes y desarrollados y era un punto estratégico en los conflictos armados, algo bastante común por aquella época. Precisamente este hecho era el que había permitido que la madre de Marilina y su padre se conocieran pues él se había refugiado cerca de su casa después de combatir en una batalla por expansión territorial.

El hombre estuvo cerca de tres meses conviviendo con Ana, la madre de Marilina. Entre ellos existió una muy buena conexión, ambos disfrutaban de la tranquilidad y de la vida alejada del resto de las personas. Una noche Ana escuchó extraños ruidos en la cercanía y cuando se levantó para ver qué sucedía descubrió a su actual compañero conversando con una alta chica cubierta por una gruesa capa que parecía hecha de piel. Cuando se percató de que Ana lo observaba le gritó desde que entrera a la casa y no volviera a salir, que era peligroso.

Ana regresó a la cama con una sensación particular, pero prefirió no hacer preguntas y se durmió. Al despertar, cuando el sol ya lo iluminaba todo se encontró con un elegante y bonito espejo de plata sobre su mesa de noche, pero del hombre que estuvo acompañándola ese último tiempo no había ni rastro y nunca más lo hubo.

                       Casi ocho meses después nacería Marilina; su mayor alegría y compañía. Un pequeño ser que le renovaría su percepción de la vida y que al mismo tiempo la convertiría en una madre poderosa, dispuesta a cualquier cosa por protegerla. Y es que la pequeña poseía una condición genética que por aquel tiempo se traduciría en una verdadera maldición ya que ser albina no era bien visto, se consideraba una especie de señal de mala suerte y las personas de cabello blanco eran maltratadas, humilladas, aborrecidas e incluso en ocasiones morían víctimas de terribles sacrificios que supuestamente alejaban a los demonios.

                       Ana estuvo a punto de dejar el pueblo cuando Marilina recién había cumplido los tres años y un grupo de fanáticos religiosos se la llevó a la fuerza para quemarla en una hoguera. Por fortuna un pequeño grupo de vecinos que no aceptaban este tipo de ridículos prejuicios pudo rescatarla a tiempo devolviendo la paz a su madre. Más tarde, cuando la pequeña se acercaba a los cinco años, tres sujetos muy peculiares y con fama de brujos llegaron preguntando por ella y por su progenitor, Ana inventó que no recordaba quién era su padre porque había sido tomada por la fuerza en un único encuentro y que nunca más supo de él. Los hombres se marcharon no sin antes destruir todo lo que pudieron y amenazando con volver si sabían que ella lo seguía viendo o conocía su paradero. Fue esto lo que la llevó a tomar la decisión de nunca hablarle a su hija sobre el misterioso hombre que tenía como padre. Y de nunca mencionar la palabra brujo o ser de magia frente a ella.

                                                          ⁂⁂⁂⁂⁂

Los llamativos ojos color violeta de Marilina se clavaron sobre su convaleciente madre. El médico del pueblo había dicho que no quedaba nada por hacer, tan sólo intentar mantenerla cómoda y sin esfuerzo alguno por lo que pasaba sus últimos días en cama viendo el correr de las horas y de su propia vida. La tuberculosis era bastante común por aquella época y aunque todo indicaba que Marilina también se contagiaría, por alguna razón nunca lo hizo.

Cierta tarde de otoño su madre ya casi no se movía y si lo hacía era para toser y escupir sangre; su tiempo se acababa y Marilina no estaba preparada, no siendo una niña de sólo once años.

Antes de morir Ana le pidió a Marilina que buscara un cofre que ocultaba al fondo del rudimentario armario.

Ábrelo por favor, Marilina —pidió la mujer con sus últimas fuerzas.

—¿Y esto madre? —preguntó al encontrarse con un espejo.

—Esto es algo que quiero que te quedes y cuides mucho.

—Pero madre esto es muy costoso, pudimos venderlo cuando no teníamos para comprar comida, ni medicina para ti —dijo Marilina recordando esos días críticos.

—Ese no era el objetivo de este espejo, querida —aseguró con una voz tierna y suave—. Quiero que lo lleves a donde vayas y lo guardes con cariño.

—¿Por qué es tan importante?

Ana respiraba con más dificultad a cada segundo que pasaba y lo último que alcanzó a decir fue:

—Porque ese espejo era de tu padre.

Marilina trató de seguir con su vida con normalidad tras la muerte de su madre. Sí bien en el pueblo a la mayoría de las personas no le era grata su presencia, existían algunos que la trataban bien o medianamente bien y que le permitían seguir vendiendo lo poco que todavía obtenía de su pequeña granja.

Pero cuando llegó el invierno la vida se volvió mucho más difícil y las tormentas que tanto miedo le generaban, casi no la dejaban dormir. Su humilde casa no resistió la fuerza de la naturaleza y tampoco los pocos animales que le quedaban, quienes además estaban desnutridos por la falta de alimento.

Finalmente, uno de sus vecinos la llevó a su casa con el compromiso de que los ayudaría en los deberes diarios y ellos les brindarían comida y un techo, pero el ser humano puede llevar su crueldad a niveles impensados si es que sus intereses egoístas son más importantes y Marilina acabó siendo vendida como esclava a un repugnante hombre dueño de un burdel.

 Los primeros años, aunque estuvo sometida a abusos físicos y maltratos en general su función sólo era limpiar, mantener el orden y cocinar, pero cuando cumplió los quince años la situación cambió, tornándose brutal y dejando huellas oscuras en el alma de la joven Marilina. Su mirada se volvió fría y sí bien cumplía con cada cliente que le asignaban en su interior era innegable el odio que sentía por los demás seres humanos. Su virginidad fue subastada al mejor postor apenas un día después de su cumpleaños número quince y desde ese momento el infierno parecía un mejor lugar para vivir que aquel aborrecible burdel.

 Mucho más insensible por lo vivido, comprendió que su condición de albina era sinónimo de ser mucho menos persona que los demás, parecía una aberración saber que aquellos hombres que tanto decían detestarla en público fueran los mismo que más dinero ofrecieron por su virginidad.

Por otra parte, las mujeres tampoco eran muy buenas con ella, la veían como una amenaza que podría robarles la atención de sus hombres, como su la culpa fuera de Marilina y no que aquellos humanos enfermos y repugnantes. Ella sabía que todo en ese lugar apestaba y necesitaba encontrar la forma de salir de ahí, aunque arriesgara su vida en el intento, hace muy poco había cumplido los dieciocho años y no deseaba cumplir uno más bajo las mismas condiciones.

Pero los eternos días pasaban sin ofrecerle esa oportunidad. Marilina se dormía cada madruga, cuando por fin podía tener un poco de soledad, porque la tranquilidad era desconocida para ella, observando su rostro en el viejo espejo que su madre le había dado; lo único que tendría de su desconocido padre.

Aquel objeto era una contradicción para ella; con varios significados y emociones convergiendo en un punto central; por una parte, le recordaba a su adoraba madre, aquella mujer que con todas las inclemencias de la vida supo darle seguridad y cariño y que, desafortunadamente había partido demasiado pronto. Por otro lado, estaba la relación con su padre y el espejo, ese ser que misteriosamente había aparecido para enamorar a su madre y engendrarla para luego desaparecer de la misma forma, haciendo que Marilina ni siquiera tuviera preguntas para hacerle, porque realmente nunca sintió como propio algún tipo de vínculo paterno. Por lo demás, tampoco lo extrañó, quizás si lo necesitó, pero ya era tarde para pensar en eso.

El espejo también le generaba una sensación incómoda por el propio reflejo que veía de ella en él; uno vacío, casi sin expresiones, complemente roto que, traducido a como ella percibía la belleza la hacía parecer una joven realmente poco atractiva, particularmente por su piel extremadamente blanca, tal como su cabello, cejas y pestañas y esos perturbadores ojos color violeta. No conocía a nadie más que tuviera los ojos de ese color así que, casi entendía cuando la gente la señalaba y se refería a ella como a una especie extraña, alguien de quien sentir temor.

Con todas estas emociones y sensaciones que le hacían creer que no pertenecía a ninguna parte, sumado a los malos tratos y a lo difícil que había sido su vida hasta ahora, Marilina enfrentaba el día a día de la manera en que le fuera posible, perdiendo en cada momento una parte de su alma, como si lentamente se fuera alejando de su condición de humana. La compasión y la empatía por los demás pasaron a ser algo que ella no asimilaba con facilidad y desconfiaba hasta de su propia sombra.

Pero una noche sin luna todo lo que conocía cambiaría drásticamente y su mente se abriría hacia un mundo que parecía ir más allá de lo que ella incluso podía imaginar.

El burdel donde permanecía como prisionera estaba a las afueras de un pequeño pueblo, cercano al que la vio nacer y crecer. Era frecuentado principalmente por hombres de paso, aunque mantenía una clientela habitual de los alrededores. Esa noche estaba particularmente acontecido pues había subasta de una nueva y desgraciada chica de tan sólo catorce años. Marilina estaba trabajando como mesera hasta que el gran jefe y dueño de todo le comunicó que alguien deseaba pasar un buen rato con ella.

Llegó hasta el inmundo y pequeño dormitorio donde el cliente, un hombre de mediana edad y evidente sobrepeso, la esperaba con ansias. Mientras en el sector principal, en la taberna, todo el mundo gritaba y se emocionaba por conseguir la virginidad de aquella desconocida chica.

—Ven no seas tímida —dijo el hombre con indecencia mientras se sacaba la camisa apurando sus manos para continuar con el pantalón.

Marilina lo miró con asco, pero se acercó fingiendo cierto agrado lo mejor que pudo. Ya conocía muy bien los castigos para las chicas que hacían enojar a un cliente. El hombre la tomó con brusquedad y la lanzó sobre la cama para ponerse sobre ella, pero en ese mismo instante Marilina llevó su atención al ruido… el ruido que había desaparecido. Ya nadie gritaba ni se reía. Algo estaba pasando en la taberna.

Su cliente, sin embargo, estaba tan excitado y esperando por lo que había pagado que jamás notó que algo había cambiado y fue así como la muerte lo encontró sin que siquiera se diera cuenta.

Una fría brisa hizo temblar el cuerpo de Marilina y sin alcanzar a reaccionar lo siguiente que vio fue el cuerpo del hombre con el cuello destrozado, con una enorme mordida que por poco le cercena la cabeza. La sangre brotaba sin control y la chica no podía dejar de mirarlo, impresionada y encantada al mismo tiempo.

Salió del cuarto en dirección a la taberna y el escenario era similar; una gran cantidad de hombres en idénticas condiciones a las de su cliente convertían el lugar en un gran charco de sangre. Los más afortunados habían alcanzado a huir y curiosamente ninguna mujer había sido lastimada. La mayoría sólo estaba un poco traumada por la escena que habían presenciado.

—¿Qué ocurrió? ¿quién hizo esto? —preguntó Marilina siendo una de las pocas que todavía podía actuar con normalidad.

—¡No lo sé, no lo sé!… ¡todo fue muy rápido! —respondió una chica de cabello y ojos negros entre lágrimas.

Marilina sabía que la conmoción pasaría y no deseaba estar ahí cuando llegaran las autoridades pidiendo explicaciones. No necesitaba más problemas. Así que salió del lugar con calma, sintiendo el viento en su cara, saboreando la inesperada libertad.

Caminó por algunos minutos y se introdujo en un bosque perdiéndose en su frondosidad y en la oscuridad de la noche. Todo iba bien hasta que le pareció escuchar un leve sonido, se acercó silenciosamente para encontrar su origen y la vio; una chica de cabello rizado, largo y rubio succionaba la sangre del cuello de un hombre con frenesí y ansías.

Marilina observó la escena sin temor ni preocupación, procurando guardar silencio, pero la joven ya estaba enterada de su presencia y después de dejar a un lado su cena le habló.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó con voz segura y agradable. Marilina le dedicó una mirada casi vacía y levantó sus hombros.

—No sé si me gusta, pero no me causa temor.

—Interesante —comentó la joven dibujando una media sonrisa—. Eras una de las prisioneras en el burdel, ¿verdad?

—Así es —respondió despacio —¿tú eres quien hizo todo ese desastre?

—Probablemente.

—¿Probablemente?

Es que no lo veo como desastre —confesó —pero eso no lo entenderás aquí y ahora, así que discúlpame, chica bonita —dijo en voz baja justo antes de acercarse con rapidez a Marilina y noquearla para luego recogerla en sus brazos.

⁂⁂⁂⁂⁂

Un rayo de sol daba directamente en sus ojos despertándola sin recordar dónde estaba y porqué.

—Dormiste bastante —dijo una voz femenina al otro lado de la habitación. Era clara y segura como de una mujer mayor.

—¿Quién es usted? —preguntó al verla parada junto a la puerta de la habitación más elegante que había visto en su vida. Era una mujer alta, delgada, con el cabello cano perfectamente peinado en un moño sobre su cabeza. Tenía algunas arrugas en el rostro, pero no demasiadas, sus ojos eran color marrón y vestía un elegante vestido largo y ceñido al cuerpo en tono gris.

—Mi nombre es Emy.

—¿Qué hago aquí?

—Lucrecia te trajo.

—¿Quién es Lucrecia? —preguntó Marilina sin recordar aún su encuentro en el bosque.

La joven a la que viste en el bosque devorando el cuello de ese detestable humano.

Poco a poco comenzaba a unir los recuerdos en su mente. Quizás había tenido muchas emociones fuertes en poco tiempo o quizás simplemente, estaba bloqueando aquellas vivencias sin lógica.

—La chica de cabello rubio, sí la recuerdo —afirmó Marilina preparándose para salir de la cama—, ¿dónde está ella?

—Descansando en su habitación —contestó Emy con tranquilidad.

—¿Y por qué estoy aquí?

—Porque cada cierta cantidad de años el corazón de Lucrecia se ablanda —dijo casi como si hablara sola—, creo que es ella quien tiene que darte esas respuestas, podrás verla en unas horas. Puedes bañarte y cambiarte de ropa si lo deseas, tienes todo lo que necesitas. En un momento te traeré algo de comer.

Después de darle esa escueta respuesta Emy se retiró de la habitación que por ahora albergaba a Marilina dejando una estela de misterio a su alrededor.

El tiempo parecía avanzar más lento cuando la incertidumbre se apodera de tu mente, así que Marilina aceptó el ofrecimiento de Emy; tomó un largo baño en el que, a sus ojos parecía un inmenso baño ubicado tras la puerta junto a la cama y al salir descubrió una bandeja con abundante comida sobre la mesa frente a la cama.

No había rastro de Emy o de la otra chica y Marilina se preguntaba si es que esta habitación sería su nueva prisión. Pero cuando el sol comenzó a retirarse y la tarde cayó dando paso a la oscuridad alguien se hizo presente de una manera inesperada en sus actuales aposentos.

—Espero que estés cómoda o al menos mejor que en aquel burdel—. La voz suave, pero segura venía desde el balcón, el que Marilina creía completamente cerrado después de haber hecho varios intentos por abrirlo para disfrutar de la brisa de la tarde.  

Sí, lo estoy, muchas gracias— contestó Marilina sin demasiada emoción—, pero me preguntaba si era posible salir de esta habitación o es que, ¿acaso soy una prisionera?

 —No, claro que no, eres libre de irte si así lo deseas —contestó con calma moviéndose sigilosamente—, aunque me temo que eso no sea lo mejor por ahora.

Por fin Marilina pudo ver el rostro de Lucrecia con claridad, pues se acercó hasta casi quedar frente a ella. Era una joven alta, estilizada, con la piel blanca, quizás demasiado. La nariz respingada y los labios finos, los ojos negros y una larga y rizada cabellera dorada. Pero lo que más le llamó la atención fue su vestimenta, pues lucía como un joven, como un elegante y pudiente señor de la época.

Marilina no pudo evitar sentirse hechizada por la figura que estaba de pie frente a ella. Debido a su miserable existencia nunca había experimentado este tipo de sentimiento, pero algo dentro parecía moverse de una manera diferente como si realmente Lucrecia estuviera poniendo algún tipo de hechizo en ella.

—¿Por qué dices eso?

—No es mi intención asustarte, pero la realidad es que, aunque lo intenté no pude acabar con todos esos bastardos del burdel y es muy probable que alguno de los que maneja ese pérfido negocio quiera recuperar su mercancía y volver al negocio, así que si te vas y deambulas por el pueblo no tardarán en encontrarte —explicó con sincera preocupación—, por si no lo sabes no logras pasar desapercibida con facilidad.

Marilina le dedicó una mirada curiosa sin terminar de entender su preocupación mientras ella se la sostuvo sin pestañar.

—¿Y propones que me permanezca aquí para siempre, después de lo que vi?

—Yo no te percibí muy asustada —dijo cruzando los brazos.

—¿Qué eres?

Si bien los vampiros llevaban bastantes años ya deambulando por la tierra, Marilina había pasado casi toda su existencia alejada de la sociedad o prisionera, por lo que existían muchas cosas que ella desconocía.

—Soy una vampira —respondió sin problemas, ni temores mientras en la mente de Marilina se creaban más dudas que certezas.

—¿Qué es eso?

Lucrecia estaba consciente de que su nueva invitada no era como las demás personas, lo supo desde que la vio por primera vez y lo reafirmó cuando notó que no le temía. Así que la invitó a sentarse en la cama, algo que ella también hizo, conservando una distancia prudente porque no deseaba parecer invasiva y le contó acerca de su naturaleza; no todo, pero sí lo necesario.

Terminado el relato de Lucrecia, Marilina guardó silencio por algunos minutos y su mente parecía analizar toda la información, con calma y cuidado.

—Y si aceptara quedarme aquí, ¿cómo podría estar segura de que no terminaré siendo tu cena?

—Si quisiera que fueras mi cena habría concretado ese plan cuando te vi, mientras me espiabas.

—¿Y qué se supone que haré aquí?

—Por ahora sólo descansar y vivir con tranquilidad. Más adelante si lo deseas, podrías ayudar a Emy con algunas cosas.

La oferta parecía demasiado buena y no existían exigencias a cambio, para la personalidad desconfiada de Marilina esto resultaba muy sospechoso, pero, aunque lo disimulaba muy bien, seguía sintiendo ese encanto de Lucrecia sobre ella y no podía negarse a querer conocerla en profundidad.

—Está bien, acepto —dijo con tono seguro—, pero será sólo por un tiempo, hasta que me sienta más estable emocionalmente y pueda enfrentar el mundo sola —advirtió.

—Ya te he dicho que no eres una prisionera, puedes irte cuando quieras.

—¿Y puedo salir de esta habitación? —preguntó con inocencia haciendo que Lucrecia sonriera. Aun siendo un ser de sangre, la joven vampira tenía un rostro amigable y atractivo, un rostro del que muy pocos sentirían miedo a primera vista. 

—Claro que puedes, tan sólo no vayas a ciertos rincones que Emy te indicará porque son muy viejos y no he tenido tiempo de arreglar su restauración, pueden ser peligrosos.

⁂⁂⁂⁂⁂

Así, por la boca de Emy, Marilina supo todo lo que necesitaba sobre el lugar donde estaba y lo que más la sorprendió fue saber que el castillo de Lucrecia estaba en medio de una pequeña isla de la que sólo se podía salir por bote, ya que el único puente que la unía a tierra firme había sido destruido tiempo atrás en un enfrentamiento del que no recibió mayores detalles.

Emy le confesó que la naturaleza de Lucrecia le daba ciertas ventajas y que no necesitaba del bote para salir de la isla.

—¿Tú también lo eres?

—¿Qué cosa, un ser de sangre? —preguntó divertida— no, por supuesto que no. Ella me lo ha ofrecido más de una vez, pero si no acepté cuando era más joven mucho menos lo haré ahora.

—¿Y eres su madre?

—¿Su madre? —Con esta nueva pregunta, Emy no pudo soltar una carcajada—. No claro que no, soy su amiga y servidora, trabajo para ella desde hace muchos años, me salvó de algo similar a lo tuyo y también dije que me iría en poco tiempo, pero aquí me ves, nunca me fui.

Marilina la miraba con curiosidad como lo hacía con todo lo que veía en ese lugar. Sentía como si estuviera naciendo de nuevo, conociendo y aprendiendo todo lo que nunca antes pudo. Era un nuevo despertar y realmente quería confiar en que las cosas mejorarían desde ahora en adelante.

Emy le indicó cada sector al que no debía ir y también le advirtió sobre un pequeño lago que había en medio de la isla, que por más inocente que se viera sus aguas eran frías y profundas y las historias decían que eran varias las personas que yacían en su fondo. También le habló sobre el denso bosque que existía junto al lago y de lo que oscuro que se volvía al caer la noche.

Días después Marilina salió de mañana para dar un paseo por los alrededores, cuidando de obedecer las instrucciones de Emy y no acercarse a los rincones señalados.

La isla era pequeña, pero no tanto como ella imaginaba y sus planes de recorrerla entera no serían posibles así que se acercó al lago y se sentó frente a él. El día otoñal ofrecía una temperatura baja y Marilina lamentaba no haber traído algo más para abrigarse.

Permaneció en silencio mirando la quietud del agua cuando le pareció escuchar una voz; una voz que provenía del lago. Sintió que un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero no pudo evitar acercarse más para tratar de descubrir qué estaba sucediendo y a medida que la distancia entre ella y el lago se acortaba una punzada muy fuerte en medio de su frente le hacía perder la calma. Pero la voz era demasiado encantadora, hipnotizante y lentamente sucumbió sin poder evitarlo.

¡Te tengo! —exclamó Lucrecia alcanzando a sostener su brazo, evitando que cayera al agua, sin embargo, la joven había perdido la consciencia.

Sintió algo extraño, pensó que era frío, pero realmente era una sensación diferente, que la hacía temblar por frío y por cierto temor al mismo tiempo. Abrió los ojos y frente a ella estaban Emy y Lucrecia pendientes de cada uno de sus movimientos.

—Bienvenida de nuevo —dijo Lucrecia con calma y una sutil sonrisa en los labios mientras Emy se acercaba un poco más.

—¿Qué sucedió?

—Casi caes al lago, te advertí sobre él —recordó Emy con cierta molestia.

—Pero no recuerdo haberme acercado tanto —Marilina buscó entre sus recuerdos y dio con la voz que parecía llamarla, pero pensó que sería demasiado extraño mencionar algo así, la considerarían una desquiciada.

—El lago tiene un encanto misterioso que nos hace querer entrar en él casi sin notarlo —explicó Lucrecia con total normalidad.

Marilina pensó que aquel era un comentario un tanto inesperado, pero no quiso darle mayor importancia, todavía se sentía cansada y esa sensación de temblor no la había abandonado.

—Prometo no volver ahí —respondió aletargada.

—Puedes hacerlo, pero será más seguro si una de nosotras te acompaña —afirmó Lucrecia —como ya sabemos que estás bien te dejaremos descansar.

Ambas desaparecieron al tiempo que los ojos de la joven de cabello blanco comenzaban a cerrarse y sucumbió al letargo, pero en medio de él la misma voz que oyó en el lago parecía llamarla nuevamente mientras ella deambulaba por el inmenso, lúgubre y solitario castillo de Lucrecia.

Despertó en medio de la noche por el hambre, recordó que no había comido nada hace bastantes horas y aunque el castillo le daba un poco de miedo, especialmente de noche, decidió salir y buscar algo que saciara su apetito.

Salió de su habitación y notó que la noche era totalmente oscura, no había luna que pudiera iluminar su camino, pero no se acobardó y continuó. Los largos pasillos del castillo se extendían en cuatro caminos que se unificaban en el centro de este y desde cada uno de ellos se creaba el acceso a los pisos superiores. La habitación de Marilina estaba en el segundo nivel y Emy había sido lo bastante clara al decirle que el acceso al cuarto y quinto piso estaban totalmente prohibidos.

Pero pocos minutos después de salir de la habitación, la voz de sus sueños pareció salir de ellos y hacerse presente en esta realidad, llevándola hacía los confines que prometió jamás entrar.

Atravesó un portal de piedra que la condujo hasta un recóndito y estrecho pasillo, al final de él una enorme puerta de madera y reforzada con metal parecía esconder algo. La voz se volvió más poderosa e insistente al llegar a ese punto y la punzada en la cabeza de Marilina regresó, más intensa provocando incluso sangrado nasal. La presionaba a entrar, la llamaba con desesperación y entre el dolor de cabeza y el frío que de pronto inundó su cuerpo, Marilina intentó abrir la puerta, más estaba segura de que estaría cerrada, prohibida para su acceso.

Muy por el contrario, sólo bastó que la tocara para que la puerta cediera regalándole con vista privilegiada una escena perturbadora; Lucrecia yacía en medio de un círculo con extraños símbolos que brillaban con una intensa tonalidad plateada, mientras devoraba a un sur humano y una parte de la sangre de éste escurría al suelo. Al parecer era la sangre de este la que, al contacto con el círculo producía el resplandor.

Lucrecia parecía extasiada, presa de un efecto embriagador que la dominaba por completo. Marilina se quedó observando sin emitir ruido, sin moverse tal como la primera vez que la vio, pero en esta ocasión algo fue diferente porque cuando el humano murió y su sangre dejó de tener el efecto sobre el círculo, un enorme flujo de energía emergió de él, encadenando de una manera misteriosa a la vampira, absorbiendo su energía, debilitándola a cada segundo que transcurría.

—¡Lucrecia! —exclamó Marilina con desesperación corriendo hacia ella para auxiliarla, pero la voz en su cabeza pareció más fuerte que nunca y al primer contacto con la vampira la energía pareció cambiar de objetivo, tomándola a ella como su nueva víctima.

Lucrecia salió del trance en el que parecía encontrarse y tomó con rapidez una daga de plata escondida en su bota. Se apuntó directamente al corazón, era como si estuviera amenazando a alguien con quitarse la vida y por una razón desconocida el flujo de energía liberó a Marilina.

Emy entró en la habitación prohibida y descubrió a Lucrecia cargando a Marilina disponiéndose a abandonar el lugar mientras algunos vidrios se rompían tras ella.

—¿Qué sucedió ahora?

—Creo que Marilina es más especial de lo que imaginaba.

—¿A qué te refieres?

—Esos malditos trataron de alimentarse de ella.

—Eso no puede ser posible, ella no es un vampiro, es humana como yo.

—Lo sé y tampoco lo entiendo, pero antes de buscar respuestas necesito llevarla a su cama —dijo avanzando con la rapidez que sólo un vampiro de su nivel poseía.

Emy llegó unos minutos después a la habitación y alcanzó a ver cuando Lucrecia besaba la frente de la chica todavía inconsciente.

—Lucrecia esto no está bien —advirtió al notar que su ama estaba desarrollando algún tipo de vinculo especial por la chica de ojos violeta.

—Sé que no lo está, pero casi no puedo evitarlo, hay algo en ella que me atrae irresistiblemente, desde la primera vez que la vi —confesó mientras recorría el perfil de la chica con su dedo índice.

—Entonces sabes lo que tienes que hacer, ella no puede quedarse, mucho menos ahora que sabes que tiene un efecto particular con esos seres perversos.

                                        ⁂⁂⁂⁂⁂

Marilina despertó cuando comenzaba a caer la tarde. Recordaba con detalle lo ocurrido, pero no estaba segura de querer enfrentarse a la realidad. Así que se levantó despacio y cerró la puerta por dentro. Buscó entre sus cosas y encontró el espejo; aquel espejo que tanto odiaba y que tanto quería.

Observó su rostro con detalle buscando entre las señales físicas algo que le dijera lo que estaba sintiendo en su interior con tantas dudas y tan pocas certezas, considerando que tendría que irse de ahí y nuevamente se enfrentaría el terrible mundo fuera de la isla. Y como ya había sucedido antes, aquel reflejo de sí misma le pareció apagado y triste, pero a diferencia de las veces anteriores ya no le desagradaba tanto porque por más gris que se viera ahora percibía un atisbo de seguridad y fuerza interna que antes no pudo detectar y si miraba con más atención podía comprender que la melancolía tampoco era tan profunda como antes… el reflejo comenzaba a verse un poco más prometedor.

—¿Sabías que ese espejo es especial? —La voz de Lucrecia inundó el lugar. Nuevamente estaba cerca del gran ventanal.

—¿Por qué lo dices?

—No puedo darte una respuesta certera, pero puedo percibir que tiene un origen diferente, no es un objeto común.

—Según mi madre este espejo pertenecía a mi padre —dijo Marilina con cierta melancolía.

—Supongo entonces que debe ser especial —agregó acercándose lentamente sin saber si Marilina estaría de acuerdo. Los ojos violetas de la joven brillaron de forma especial y con una mirada cómplice confirmó que no le molestaba su presencia ahí.

—Nunca lo conocí y la única verdad que sé sobre él, es que este espejo era suyo. No es un tema del que me interese hablar, si soy honesta.

—Comprendo —dijo Lucrecia acercándose más, hasta poder acariciar su rostro—, entonces yo pediré perdón por lo de anoche, creo que las advertencias no fueron suficientes.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó la chica disfrutando del frío, pero agradable tacto de Lucrecia sobre su cara.

—Es una larga historia —afirmó recordando las palabras de Emy que, básicamente le advertían de la pésima idea que sería considerar contarle la verdad a Marilina. Lo que precisamente estaba a punto de hacer.

—Me sobra el tiempo —dijo Marilina sujetando su mano justo en el instante en que estaba por bajar para recorrer su cuello mientras sus ojos no dejaban de perseguirse.

—Llegué a tu habitación convencida de contártela, aunque Emy casi me suplicó no hacerlo y estoy consciente de que esta verdad podría alejarte para siempre.

—No lo sabremos hasta que no me la cuentes.

Lucrecia se alejó de su lado y caminó por la habitación en búsqueda de una silla ubicada en el otro extremo. La situó frente a la cama y comenzó con su relato.

—Pues bien, lo primero que debes saber es que llevo más de cien años siendo un ser de sangre y cuando me convirtieron no fue un proceso fácil de sobrellevar, como le pasa a muchos. Por poco pierdo la razón, lo que me hubiera llevado a terminar convertida en una bestia sin control, hambriente de sangre y sin las condiciones para vivir como lo hago actualmente —dijo al tiempo que acomodaba uno de sus rizos tras la oreja derecha—. La persona que me transformó no tuvo la paciencia ni el interés para enseñarme a vivir en este nuevo mundo y como consecuencia pasé un largo período convertida en una terrible asesina, donde mi único objetivo era tomar la vida de otros para saciarme con su sangre y lógicamente eso trajo consecuencias que me persiguen hasta el día de hoy —Marilina la miraba sin demostrar algún tipo de prejuicio o temor, tan sólo quería escuchar su historia, conocer sus secretos—. Muchas de las vidas que tomé pertenecieron a seres de magia, su sangre por lejos es de las mejores que existen y no podía resistirme a ella. Me volví adicta a ellos.

—¿Seres de magia? —Marilina nuevamente sacaba a relucir su inocencia y poco conocimiento del mundo, pues jamás en su existencia había escuchado aquel termino.

—Brujas, brujos… seres con magia —Lucrecia buscaba una expresión en el rostro de su acompañante que le indicara que sabía de lo que hablaba.

—Lo siento, nunca escuché hablar sobre ellos.

—Realmente pareces venir de otro mundo querida —dijo sonriendo antes de continuar su relato—, los seres con magia suelen ser muy poderosos y los principales enemigos de los vampiros, sin embargo, pueden sucumbir ante nosotros en ciertos casos. Por bastante tiempo fui reconocida como una asesina de seres mágicos y debí saber que eso no traería nada bueno. Resulta que cuando mi fama por matar brujos se hizo mayor, apareció en mi vida un vampiro más viejo, con más experiencia y que deseaba salvarme de lo que pronto podría acabar con mi vida. Me enseñó todo lo que pudo y encausé mi existencia, me adapté a vivir como un vampiro más evolucionado, controlando mi sed de sangre y agresividad para insertarme en la sociedad dejando atrás un pasado caótico y cuestionable. El vampiro que me ayudó lo siguió haciendo, preparándome en todo aspecto, incluso con ayuda económica e intelectual para que pudiera desarrollar un negocio propio y cuando estuve lista decidí venir a vivir a esta isla. Alguien cercano nos había hablado de este lugar y no tardé en enamorarme de todo lo que vi, pero con el pasar de los días, comencé a sentir que algo no estaba bien; escuchaba ruidos, veía sombras, los vidrios se rompían, despertada en mitad de mi sueño con la sensación de que algo me estaba tratando de matar, como si una energía o ente extraño intentara acabar conmigo.

Marilina apretó sus nudillos contra la ropa de la cama al recordar lo sucedido la noche anterior, la angustia que sintió al ver a Lucrecia debilitarse a causa de ese extraño flujo de energía.

—Hasta que una noche se presentaron ante mí unas siniestras figuras resplandecientes como si estuvieran hechas de plata líquida, como fantasmas plateados, enojados y desesperados por venganza.

—¿Tus víctimas?

—Así es. Un gran número de los seres de magia a quienes les arrebaté la vida estaban en el castillo para hacerme pagar por su sufrimiento y su plan salió a la perfección, caí en la trampa sin siquiera notarlo.

—Pero estaban muertos, es imposible que hayan vuelto a la vida.

La magia siempre alcanza para todo y nos alcanza a todos; para bien o para mal —dijo Lucrecia en tono de advertencia—. Cuando tomé la vida de estas personas de una forma tan violenta y sin piedad su alma quedó vulnerable para tranzar con la magia oscura, así que, desde este lado de los vivos, los brujos realizaron un ritual consagrando aquellas almas a la isla, convirtiéndolos en prisioneros eternos, sedientos de energía para poder seguir presentes de alguna forma. He escuchado que en su mundo se conoce como zanja energética, aunque de alguna manera en este caso tiene ciertas modificaciones al ritual original.

—Pero eso es horrible, ¿los seres de magia utilizaron las almas de su propia gente sólo para hacerte pagar a ti?

—Desde su perspectiva estaban haciendo lo justo y en su creencia las almas que encadenaron a la isla estarían conformes de hacerlo para hacerme pagar el sufrimiento que ocasioné a su estirpe.

—Pero ¿cuál es realmente tu castigo? Porque hasta ahora sólo veo que son esas almas las que sufrirán por siempre.

—Esas almas están sedientas de energía, precisamente mi energía.

—¿Tu energía?

—Para un vampiro de un nivel más evolucionado la sangre no lo es todo, también es fundamental la energía y los brujos lo saben, así que consagraron a esas almas a este lugar y lo sellaron con mi sangre y al mismo tiempo con mi energía, por lo que no puedo salir de aquí por demasiado tiempo; estoy conectada a ellos —afirmó generando un escalofrío en el cuerpo de Marilina—, en simples palabras si yo muero, ellos desaparecen y si ellos desaparecen, yo muero. 

Por primera vez el semblante de Marilina cambió dando lugar a expresiones cargadas de miedo y preocupación.

—Debe haber alguna forma de romper con esta… no sé cómo llamarla, ¿maldición?

—No, no la hay. He intentado todo y Emy ha sido testigo —confesó como si un nudo en la garganta estuviera dificultando su hablar—. La maldición, porque exactamente eso es, me permite salir de la isla hasta cierta distancia, para poder cazar y alimentarme, por esa razón en el pueblo donde vivías y sus alrededores todos saben o sospechan de mi existencia.

—Así fue como conociste a Emy y a mí.

—Precisamente, así fue como mi existencia se cruzó con la de ustedes —habló mientras su mirada se perdía entre los recuerdos—, y ambas estaban inmersas en una realidad muy triste, puede ser que mi actuar haya sido considerado egoísta al traerlas hasta aquí de esa forma, pero mi intención no era más que transformar su vida en algo mejor. Nunca lo hice con la idea de retenerlas aquí, no busco hacerles a otros lo que me hicieron a mí.

—Nunca he sido una prisionera aquí, lo dejaste claro desde que llegué —dijo Marilina confirmando que estaba de acuerdo con su idea de llevarla hasta la isla.

—Pero ahora es peligroso que permanezcas aquí, ellos han conocido tu energía y por alguna razón que desconozco les ha gustado… y querrán más.

—Pero Emy lleva años aquí y no hay corrido peligro, ¿por qué conmigo debería ser diferente?

Tú atrajiste a esos seres hasta ti, ellos conocen la permanencia de Emy en la isla desde que puso un pie en ella por primera vez y jamás han querido acercársele, en cambio en ti hay algo diferente, yo también lo percibí cuando te vi observar cómo me alimentaba, con completa serenidad como si fuera algo normal que ves a diario.

—Posiblemente sea porque he pasado la mayor parte de mi vida oculta, sin ver demasiado y lo que he visto y vivido supongo que ha ido mermando mis emociones, modificándolas de una manera poco común.

—Sea lo que sea… —dijo Lucrecia acercándose peligrosamente a su boca—, lo lamento, creo que contigo cerca es fácil perder la concentración.

Marilina no lo dudó y plantó un fugaz beso sobre los labios de la vampira. Ambas sintieron una electricidad especial al contacto y cuando el efecto desapareció sus miradas volvieron a encontrarse casi como si un hechizo mágico las hubiera dominado de nuevo.

                       —Lo siento —dijo Marilina bajando la mirada.

                       —No lo hagas, yo también deseaba que ese beso, pero debes saber que no es mucho lo que te puedo ofrecer, al menos no en ese aspecto.

                       —Ya me has ofrecido mucho más que cualquier otra persona.

                       —Escucha, debes salir de aquí, no puedes quedarte o estarás en peligro.

                       —Pero no quiero dejarte, no tan pronto, no después de lo bien que me siento por primera vez en mucho tiempo cerca de otras personas.

                       —No quiero que estés en peligro, no podría perdonarme ser la culpable de que algo más malo te suceda.

                       —Creo que puede haber una manera de burlar el peligro —dijo Marilina sujetando la mano de Lucrecia con fuerza—. Si a esos seres les atrae mi energía humana la solución es cambiarla.

                       —¿Cambiarla? ¿De qué hablas?

                       —De que todo esto acabará si me conviertes en una de los tuyos.

                       Lucrecia se alejó y su rostro se desfiguró frente a la propuesta que acababa de escuchar.

                       —¡No digas eso de ninguna manera! —exclamó afectada por los recuerdos de lo que habían significado sus primeros años como vampira.

                       —Lucrecia tranquila, puedo con eso, créeme que al convertirme me estarás regalando el escudo más fuerte para mi protección, hoy y siempre. Además, te tendré como mi guía para no hacer las cosas mal.

                       La vampira de cabellos dorado parecía estar inmersa entre sus pensamientos, analizando todas las posibilidades y es que, no dejaba de ser tentador tener a Marilina a su lado, vincularse a ella y permanecer juntas sí que ambas lo deseaban. Pero también sabía lo complejo que eran los primeros años después de la transformación y le aterraba el efecto que pudiera tener en la joven. Y por otro lado sabía que su vida no había sido fácil, no deseaba retenerla en la isla por siempre, por mucho que le doliera tener que verla partir.

                       Permaneció en silencio durante algunos minutos más hasta que rompió el silencio.

                       —Marilina si tú estás completamente de acuerdo con esto lo haremos, pero tengo algunas condiciones.

                       —Te escucho —dijo la joven con seguridad, sin demostrar arrepentimiento en ningún momento.

                       Lucrecia le explicó que, el lugar donde ella la había encontrado la noche anterior era el centro del ritual al que estaba encadenada y por consiguiente todo lo que tuviera relación con la energía de esos seres estaba potenciado allí por lo que creía que lo más conveniente es que llevaran a cabo su conversión en ese mismo punto. De esta forma el cambio en su energía sería detectado por los seres y si estaban en lo cierto, Marilina dejaría de ser interesante para ellos, pero que, si las cosas salían mal, ella tendría que hacer lo necesario por preservar su vida.

                       —Debes prometer que no harás nada temerario que pueda ponerte en riesgo —advirtió Lucrecia—, recuerda que ellos podrían drenar tu energía con mucha facilidad y rapidez si es que así lo quisieran así que, por favor no hagas nada que aumente tu riesgo.

                       —Lo prometo, no haré nada que ponga en riesgo mi seguridad —aseguró Marilina con una sonrisa.

                       —Existe otra condición que sólo sabrás una vez que te hayas convertido y no podrás negarte —agregó manteniendo el misterio.

                       —Por supuesto, tienes mi palabra.  

                       Entre las dos le contaron todo el plan a Emy, quien, por supuesto estuvo en desacuerdo y casi cae en un colapso nervioso. Sin embargo, sus palabras y expresiones de enfado no sirvieron de nada; ambas chicas estaban decididas a cumplir con lo acordado.

                       Cumplirían con su cometido a la medianoche, justo después de que Lucrecia regresara de su ronda nocturna habitual, mientras tanto Marilina esperaría junto a Emy a quien debía informarle si decidía cambiar de opinión.

                       Todo estaba en orden, el castillo parecía tan silencioso y oscuro como siempre. Marilina recorrió el lugar donde llevarían a cabo la conversión un poco antes de la hora pactada cuando Lucrecia todavía no regresaba. De pronto una ráfaga de viento se adueñó del lugar y la joven no alcanzó a evadir una serie de vidrios que saltaron sobre ella al romperse la ventana que daba al lado norte.

                       Entre los fragmentos que fueron a dar en su piel, más de uno la dañó lo suficiente para hacerla sangrar, lo que a su vez despertó con más ímpetu a los seres que habitaban la isla, aquellos seres hambrientos de energía, de vida.

                       Algo la ancló al suelo impidiendo su liberación y en tan sólo segundos el resplandor plateado apareció para succionar su energía. Se debilitaba con rapidez y pronto su vida podría terminar si es que no encontraba la forma de liberarse, pero por más que lo intentaba la fuerza que la apresaba era demasiado poderosa y comenzaba a sentirse débil, muy débil.

                       —¡Déjenla, ella no es parte de esto! —exclamó Lucrecia con voz potente.

                       Pero las almas encadenadas no estaban dispuestas a dejar aquel delicioso flujo de energía, era muy especial y poderoso como para desperdiciarlo así que continuaron drenando la vida de la chica albina.

                       Al percibir que la estaban ignorando, Lucrecia se apresuró a tomar entre sus brazos a Marilina, quien para este punto ya estaba demasiado débil, su respiración era lenta y baja, casi imperceptible. Así que la vampira hizo lo único que pensó que podría salvarla de una muerte segura, aunque por otro lado no lo haría del todo, más bien la salvaría de desaparecer para siempre y Lucrecia no estaba preparada para asimilar la idea de no volver a verla. Sin volver a pensarlo enterró sus colmillos sobre el blanco cuello de Marilina, bebió un poco de su sangre, no demasiado o sería letal para ella. Luego hizo un corte en su mano y en la de Marilina.

Para este punto las almas prisioneras ya sabían lo que planeaba y desplegaron un gran ataque energético para impedirlo; derribaron la puerta, rompieron los vidrios de las ventanas que aun quedaban, lanzaron los objetos existentes por los aires y sin que la vampira pudiera comprender de dónde venía, el fuego se hizo presente, llenando todo de humo.

                       —Pronto estará listo, querida Marilina —dijo mientras juntaba las palmas sangrantes de ambas esperando a que le proceso se completara. Segundos después y sin que las presencias que las atacaban pudieran evitarlo una sombra las rodeó y de inmediato ambas chicas fueron lanzadas hacia extremos opuestos permaneciendo inconscientes por unos minutos.

                       Marilina ya era una vampira, el reflejo oscuro la había convertido en un ser de sangre.

            ⁂⁂⁂⁂⁂

                       Las almas condenadas del ritual que también mantenía prisionera a Lucrecia no volvieron a molestar a Marilina, su energía efectivamente cambió. Le llevó menos tiempo del que su tutora había planeado el controlar su sed de sangre más primitiva. Todavía quedaban lecciones pendientes, pero estaría bien, podría controlarlas e ir aprendiendo paso a paso.

                       —Este es el primer aniversario de tu conversión, es increíble que ya haya pasado un año.

                       —No quería que llegara este momento, de verdad deseé que no llegara.

                       —Pero era otra de las condiciones y me diste tu palabra.  

                       —Lo sé y lo cumpliré como pediste.

                       La última condición de Lucrecia consistía en que, si después de un año de su conversión consideraba que ya estaba lista para salir al mundo sola, si podía controlar su sed de sangre y llevar una vida normal dentro de lo que su nueva naturaleza permitía, se iría de la isla buscando su propio lugar en el mundo.

                       —Sigo pensando que mi lugar en el mundo es junto a ti —confesó Marilina con el semblante triste. El violeta de sus ojos parecía más intenso desde que era una vampira, los mismos que se volvían rojos cada vez que bebía sangre algo que no era una condición estricta de todos los vampiros.

                       Eres muy joven Marilina y lo que has visto del mundo es lo peor que podría ofrecerte —dijo Lucrecia sujetando sus manos. Habían salido a dar un paseo por la isla y ahora se encontraban detenidas justo frente al lado—. Quiero que veas, rías, vivas, incluso si nuestra naturaleza de ser de sangre nos limita un poco. Sé que tienes mucho que ofrecer al mundo y el también a ti.

                       —Volveré cuando haya vivido lo necesario y mientras tanto atesoraré a esta isla, a ti y a todo lo que te rodea como el mejor recuerdo, como la mejor experiencia de vida —dijo mientras una lágrima caía por su mejilla—. Gracias por enseñarme tanto, por mostrarme que no todo lo que habita en el mundo es malo y cruel, por presentarme su luz entre tinieblas.

                       —Nunca formamos un vinculo como establece la sociedad vampírica, pero ten por seguro que estarás conmigo siempre, nos une el reflejo oscuro —Lucrecia selló sus palabras con un dulce beso que Marilina recibió con una mezcla de emociones; la felicidad y la tristeza danzaban en su interior—. Emy te está esperando.

                       —Antes responde algo que nunca pregunté y que me causaba curiosidad —dijo Marilina regresando a ella.

                       —¿De qué se trata?

                       —¿Por qué vistes como si fueras un joven adinerado de la época? —preguntó recordando las lecciones de Emy donde le había explicado cómo se organizaba la sociedad de aquellos años, los inicios del mil quinientos.

                       —Es una pregunta extraña —dijo Lucrecia sorprendida—, pero válida y como respuesta diré que, pasé mucho tiempo vistiendo de hombre cuando comencé a superar mi época de asesina de brujos. Todo el mundo me conocía y necesitaba pasar desapercibida así que el vampiro que me ayudó consideró que sería una buena idea y cuando todo se calmó nunca pude volver a sentirme cómoda con un vestido —confesó —me parece muy injusto que sólo los hombres pueden usar pantalón y andar por el mundo con comodidad —finalizó regalando una bonita sonrisa a Marilina.

                       —Por supuesto que la razón tenía que ser muy propia de ti y aunque te queda muy bien ese estilo, me gustaría verte con un hermoso e incómodo vestido alguna vez—dijo Marilina respondiendo con otra sonrisa—. Eres muy especial Lucrecia, gracias, por tanto. 

                       Marilina caminó hacia el pequeño y viejo muelle de la isla donde Emy tenía preparada la rudimentaria embarcación que la sacaría de la isla, devolviéndola al mundo que antes conoció y que ahora volvería a enfrentar, pero ahora sería distinto pues ella ya no era la misma. Por lo demás, sabía que podría volver y encontrar la tranquilidad en su refugio, junto a Lucrecia y Emy.

                       Desafortunadamente lo que nunca supo es que, así como existía la maldición que mantenía a Lucrecia prisionera en aquella isla, también estaba el hecho de que nadie nunca podría encontrar su ubicación exacta; la única manera de llegar a ella era por medio de la vampira de rizos dorados. Era muy posible que Marilina y Lucrecia nunca volvieran a verse, pero el vínculo entre ellas existiría por siempre.

                       Marilina llegó al otro lado de la isla y caminó por las calles con una seguridad que nunca antes tuvo, se detuvo en una pequeña plaza y se sentó a observar a quienes pasaban por ahí. Se sentía bien respirar tranquila sin tanto temor y recordó su espejo, el que seguía acompañando su camino. Lo sacó de su bolso y al mirarse en él por fin entendió que el reflejo que en el pasado veía no tenía nada de malo; el objeto no estaba dañado, ni quería hacerla sentir mal o inferior, era la propia percepción que tenía de sí misma la que la hacía pensar cosas negativas, tristes y crueles. Pero ahora, para bien o mal eso había cambiado… la transformación la había cambiado, era cierto, pero más allá de ser un vampiro, ahora podía ver su fuerza, su poder y lo asombrosa y peligrosa que podía llegar a ser sin que nadie pudiera hacerla dudar de aquello.

                       Por lo demás aquel espejo estaba muy lejos de ver concluida su historia pues como ya sabía, estaba ligado a su padre, al origen de su padre y pasarían años e intensas vivencias para que Marilina comprendiera que su lugar en el mundo era mucho más grande y que su progenitor al que nunca conoció y por quien nunca logró sentir demasiado le dejaría herencias que mantendrían su conexión por siempre, traspasando barreras inimaginables.

FIN.

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