Por Marcia Henríquez Bustamante
Cuando era niña, una de las obligaciones escolares era memorizar poemas. Recuerdo uno que comenzaba así:
¡Qué lindo!
¡Vengan a ver qué lindo!
En medio de la calle se ha caído una estrella
Y un hombre enmascarado,
por ver qué tiene adentro
Se está quemando en ella.
Fernán Silva Valdés. Poeta uruguayo.
¿De qué están hechas las estrellas?, ¿qué se quema en su interior?, ¿cuál es su temperatura?, ¿cuánto viven?, ¿por qué mueren?
El hombre del poema que se metió en la estrella, ¿era muy valiente o solo era muy leso?, ¿le serviría de algo la máscara?
¿Quién descubrió de que están hechas las estrellas?, ¿cómo se obtiene esa información?
¿Ganó el premio Nobel, la persona que descubrió de qué están hechas las estrellas?
Obvio. ¿O no?
Hay que decirlo, a la hora de descubrir que tienen dentro las estrellas, la realidad fue bien distinta al fragmento del poema de Fernán Silva Valdés:
- No lo hizo un hombre
- No llevaba máscara
- No se quemó. Actuó con cautela, arriesgándose lo preciso y no dejó a los historiadores de la ciencia, la oportunidad de quitarle el mérito.
Se llamaba Cecilia Payne.
La mujer que descubrió que contienen las estrellas, nació en Inglaterra, en 1900 y a los 19 años obtuvo una beca para estudiar ciencias en una institución dependiente de la universidad de Cambridge.
En ese tiempo, permitirle estudiar ciencias a una mujer no era algo que se hacía en serio, era una humorada, un gesto de buena onda. Pero ¿concederle el título profesional a una mujer?, ¿o un grado académico?
¡No!
Eso era excesivo. Eso pensaban en Cambridge y como eran consecuentes con sus ideas, no le permitieron a ninguna mujer obtener un título hasta 1948. Por esa razón, a pesar de haber aprobado con éxito las materias, a Cecilia Payne no se le otorgó el grado académico.
Eso no alejó a Cecilia del mundo científico. Un día asistió a una conferencia que dictaba sir Arthur Eddington y se enamoró, no de Eddington, sino del tema de la charla: La Relatividad General de Einstein (teoría que habla de la gravedad y del universo). Después, conversó con Eddington y él le aconsejó estudiar astronomía. Si quería conseguir sus metas, debía cruzar el Atlántico.
La universidad de Harvard, estaba estrenando un programa de doctorado en astronomía. En el observatorio de esa universidad, desde el siglo XIX, trabajaba un grupo de mujeres conocidas como las calculadoras de Harvard o chicas de Pickering (https://leesincesar.cl/blog-post/mujeres-grandes-las-chicas-de-pickering/). En ese observatorio, Henrietta Swan Leavitt, fallecida dos años antes, había encontrado la manera de medir la distancia a estrellas lejanas, incluso la distancia a otras galaxias.
Cecilia se fue a Estados Unidos y obtuvo una beca en Harvard. A los 25 años, estaba terminando su doctorado. Ilustres astrónomos de la época dijeron que su tesis era la más brillante en su campo y me consta que para los astrónomos jóvenes de hoy, ella lleva el estandarte.
En su trabajo de tesis, ella analizó la luz proveniente del sol, (haciendo uso de la ecuación de ionización del físico indio Meghnad Saha) y dedujo que el principal componente del sol y de la mayoría de las estrellas es el elemento más pequeño, el hidrógeno, H, (además de helio, He). Con ello hizo una enorme contribución al conocimiento científico, porque en esa época no estaba claro qué es lo que se quema en el sol. La mayoría de los astrónomos pensaba que la composición del sol era similar a la de la tierra y que el principal elemento del astro rey era el hierro, Fe.
En muchas ocasiones el prestigio de los grandes científicos ha sido un verdadero impedimento para el avance de la ciencia. Existe un diagrama que muestra las características de las estrellas según su edad y su temperatura. Ese diagrama es como una carta de navegación para los astrónomos, y lleva el nombre de sus creadores: diagrama de Hertzprung-Rusell, por Ejnar Hertzprung y Norris Rusell.
Norris Russell no estaba de acuerdo con las principales conclusiones de la tesis de Cecilia Payne, por eso le sugirió que las eliminara. Ella le hizo caso de una manera sutil; igual escribió que el principal componente del sol y demás estrellas era el hidrógeno, y a renglón seguido, ¿para aliviarse de problemas?, ¿para que esta vez si le permitieran titularse?, ¿quizá le falto valor? El caso es que a renglón seguido escribió que seguramente esa conclusión era equivocada.
Unos años más tarde quedó claro que Cecilia tenía razón. Norris Russell admitió su error y le reconoció a ella el mérito del descubrimiento.
En el intertanto, Cecilia escribió libros, viajo a Europa a contactarse con otros investigadores para seguir publicando y conoció a los 33 años al astrónomo ruso Sergei Gaposchkin. Él no podía volver a la Unión Soviética, ella debía regresar a Estados Unidos. Cuento corto: se casó con él, tuvieron tres hijos y ella optó por no perder su apellido, antes bien, añadió el de su esposo y pasó a ser Cecilia Payne Gaposchkin. De vuelta en Harvard, continuó trabajando como asistente técnico. Durante años su sueldo fue tan bajo que varias veces pensó en abandonar la universidad, pero a instancias de su jefe resistió hasta 1938, año en que recién le fue reconocido el título oficial de astrónoma. En 1956 se convirtió en la primera mujer profesora titular de Harvard. Obtuvo numerosos premios de ciencias. Falleció en 1979.
De adulta llegué a entender el poema del hombre que hurgaba dentro de una estrella. Se trata en realidad de alguien que suelda los rieles del ferrocarril. No deja de ser bello comprender la metáfora. El avance del conocimiento científico tiene también mucho de poesía. Lamentablemente, a veces escribe unos versos tristes: Ni a Henrietta Swan Leavitt ni a Cecilia Payne se les otorgó el premio Nobel y no hay ninguna belleza en asimilar las razones de esa tremenda injusticia.
En el día internacional de la mujer me permito sugerir que cuando mire las estrellas piense en las mujeres que han hecho un aporte genial al conocimiento del universo. En el caso de Henrietta hay un cráter lunar y un asteroirde (5383) que llevan su apellido y, por cierto, otro asteroide (2039) lleva el nombre de Cecilia Payne Gaposchkin. Esos han sido sus únicos premios.
«Este es mi consejo. No emprendas una carrera científica es busca de fama o dinero.
Hay maneras más fáciles y mejores de conseguir eso. Emprende una carrera científica
solo si no hay nada más que te satisfaga; porque propiamente eso es lo único que recibirás.
Tu recompensa será ir ampliando el horizonte según vayas subiendo. Y si consigues esa recompensa no querrás otra». Cecilia Payne Gaposchkin