Mujeres grandes: Las chicas de Pickering

por Marcia Henríquez Bustamante

Hace unos años, cuando veía tele, uno de mis placeres culpables era ver Sex and the City. No era que la serie me interpelara en algún sentido. Lo que disfrutaba era criticarla.

Las protagonistas eran cuatro amigas de toda la vida, y ahí empezaban mis problemas porque ni en mi más tierna infancia logré reunir cuatro amigas de siempre (incluida yo) en una misma mesa. Después venía el estereotipo: eran flacas a morir, todas altas, con un gran poder adquisitivo o en su defecto, algo así como buen gusto, que no es lo mismo, pero que da estilo.  Aunque nunca hubieran salido de la ciudad, eran mujeres de mundo porque eran neoyorkinas.

 La verdad, su éxito era de maqueta. Un culto al consumismo. Pero igual me daban envidia. Todo era tan perfecto.

Hasta que comenzaban los diálogos.

Para muestra, un botón: ¡chicas, chicas, las necesito a todas! Las amigas corrían desde el walking closet, o la biblioteca, o el baño,  hacia la antesala. Cuando hablo del baño entiéndase una tina llena de espuma, porque ellas no usaban el WC. Entonces la protagonista declamaba con intensidad y les contaba a las amigas que había pasado algo terrible. ¿Qué? Que «Fulanito me besó». Las otras preguntaban ¿y tú?, ¿le correspondiste? y ella que sí. Que la tensión sexual era altísima. Que creyó que era capaz de controlarlo, pero no. Entonces que no te besó, que se besaron, que tu marido no tiene por qué saber, que tiene derecho a saberlo. Necesito sus consejos, chicas. En fin.

Me temo que esas mujeres de tanto mundo, no eran mujeres grandes. En verdad eran chicas. No obstante, hay demasiadas mujeres grandes a las que su momento histórico, ha tratado en forma injusta,  de «chicas».  Las chicas de Pickering, por ejemplo.

A partir de la década de 1890,  Edward Pickering, astrónomo y director del observatorio de Harvard, contrató mujeres para realizar la tarea de clasificación de estrellas.  El hombre era ambicioso. Quería cartografiar la galaxia completa.

El proyecto de la construcción de un catálogo de estrellas fue financiado por la viuda del astrónomo aficionado Henry Draper, y fue dedicado a la memoria de su difunto esposo. En un principio, Pickering contrató para hacer esa tarea, a estudiantes varones de pre y post grado que rápidamente se hastiaron con el trabajo y no supieron darse cuenta de todo el potencial que tenían ante sus ojos. Suele pasar.

Cuenta la leyenda que, para sacarle roncha a sus alumnos, Pickering habría dicho algo así como: estoy seguro que hasta la criada de mi casa, es capaz de hacer bien este trabajo. Tal vez no lo haya dicho, pero es un hecho que la sacó del servicio doméstico y la puso a trabajar en el laboratorio. En una fotografía tomada en 1913, aparecen Pickering con 13 de sus colaboradoras, pero fueron muchas más.

Algunas eran egresadas de ciencias, de Astronomía.  Profesionales que el mundo del trabajo no estaba dispuesto a recibir por tratarse de féminas. A ellas, Pickering les pagaba la mitad que a sus ayudantes hombres. En varias ocasiones se llevó el mérito del trabajo y la creatividad de sus ayudantes más destacadas, pero en otras reconoció el trabajo de ellas. En su tiempo, fueron conocidas como las chicas de Pickering. Otros decían el harén de Pickering.  O las calculadoras de Harvard. Sin comentarios.

Por nombrar algunas, me referiré a:

Williamina Fleming: Inmigrante escocesa, 21 años, embarazada y abandonada del marido. Ese era el currículum de Fleming cuando Pickering la contrató como sirvienta. A poco andar Pickering se dio cuenta de sus habilidades y pasó a trabajar a tiempo parcial en el observatorio. Tres años después era parte del equipo estable.  En 1886, con 29 años,  se hizo cargo del proyecto de clasificación de estrellas para el catálogo Draper. Ella descubrió 10 novas, más de 300 estrellas variables y 59 nebulosas, entre ellas la preciosa nebulosa Cabeza de Caballo en la constelación de Orión.

Antonia Maury: Era sobrina de Henry Draper. Entró a trabajar en el observatorio en 1889. Tenía un carácter muy independiente y se empeñó en crear un sistema de clasificación estelar más minucioso que el establecido por Pickering y Fleming. Eso disgustó a Pickering. Maury dejó el observatorio y se dedicó a la enseñanza.  Con los años se reconoció la importancia de las sutilezas consideradas por ella y su clasificación es la base del diagrama de Hertzsprung-Russell, piedra angular de la astrofísica estelar actual.

Annie Jump Cannon:  Una forma de clasificar las estrellas consiste en determinar su clase espectral, Para ello se analiza (el espectro de) la luz que emiten. Cannon tenía ojo certero para analizar espectros, y una claridad conceptual tan profunda de su trabajo que entre 1911 y 1915, clasificó 5.000 estrellas por mes, y a lo largo de los años, más de 300.000 cuerpos estelares.

La escala de luminosidad de los astros se llama magnitud. Fue sugerida por un griego que consideró las más brillantes como de primera magnitud, luego de segunda, y hasta la sexta. Cannon clasificó estrellas hasta de novena magnitud. Recibió en vida numerosos reconocimientos.  En 1933 se estableció en su honor, el premio Annie J. Cannon de la Sociedad Astronómica Americana. Falleció en 1941.

En 1952, la American Astronomical Society le concedió a Antonia Maury el premio Annie J. Cannon por desarrollar el sistema de clasificación estelar. O sea que no era porfiada. Simplemente tenía visión del trabajo que realizaba.

Henrietta Swan Leavitt: La distancia a estrellas cercanas puede determinarse con la ayuda de trigonometría. Pero si las estrellas están muy lejos, ese método no es eficaz. Si se conociera la verdadera luminosidad de una estrella, se podría calcular su distancia, pero puede verse poco luminosa porque realmente lo es, o simplemente porque está muy lejos. El trabajo de Leavitt hizo posible conocer la distancia a estrellas muy lejanas, permitió conocer el tamaño de nuestra galaxia y la escala del universo.

Ella empezó a trabajar en el observatorio en forma permanente en 1902, estudiando estrellas variables de las Nubes de Magallanes. Hoy sabemos que esas nubes son galaxias que orbitan la vía láctea. A las estrellas variables, lo que les varía es la luminosidad.  Leavitt observó que algunas estrellas variables recuperaban la misma luminosidad en el transcurso de un día, (período de un día) otras en varios días. Luego encontró una relación entre el período y la luminosidad y dedujo que, a igual período (de variabilidad de luz) debía corresponder la misma luminosidad. Con ello proporcionó un método para determinar la distancia a estrellas que incluso están en otras galaxias.  No se sabe por qué Pickering la hizo cambiar de línea de trabajo en lugar de profundizar en esta, quizá le faltó visión, pero Leavitt siguió contribuyendo a cartografiar el mapa del cielo.

 Considerando el impacto que produjo su trabajo, en 1925 existió la intención de otro científico de proponer a Leavitt al premio Nobel. No sabía que había fallecido de cáncer cuatro años antes, a los 53 años.

Por estos días disfruto mucho más la lectura que ver la tele. Leyendo, fue como conocí a estas cuatro mujeres, cuyo éxito no fue de maqueta. Sus aportes a la ciencia están lejos del consumismo. Tuvieron que sortear grandes barreras para obtener reconocimiento de sus logros y desde luego les sobra altura para ser consideradas grandes mujeres.

Williamina Fleming: “A veces me siento tentada de abandonar y dejar que contrate a un hombre para hacer mi trabajo, de modo que se dé cuenta de lo que obtiene por mil quinientos dólares al año conmigo comparado con los dos mil quinientos de otros asistentes. ¿Piensa él alguna vez que tengo una casa y una familia a la que atender igual que los hombres? Pero supongo que una mujer no tiene derecho a semejantes comodidades. ¡Y esta se considera una época ilustrada…!”.

Williamina descubrió la nebulosa Cabeza de Caballo.

De izquierda a derecha; Annie Jump Cannon, Henrietta Swan Leavitt y Antonia Maury.

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