Por Claudio Garrido
Las historias que en el devenir hemos ido escuchando tienen todas algo en común: Están permeadas de la perspectiva de quien la cuenta. Además, la difusión e instrucción acerca de estas historias siempre estarán vinculadas a quienes “pueden” contarlas, aquellas personas o entidades que tienen la legitimidad o el poder (no siendo ambas cosas dicotómicas entre sí) para que un relato se perpetúe en el tiempo de manera determinada.
Es así como de nuestra historia nacional, los hitos que la van marcando son, en su mayoría, marciales. Los héroes que a muchos enseñaron en los colegios responden a un discurso patriótico, a la construcción de un Chile presuntamente soberano e independiente, con heroicos patriotas que siempre hacían el bien e ilustres civiles que sudaron la gota gorda por hacer de esta faja de tierra un país honorable. Ahí vienen los Bernado O’Higgins, los Manuel Baquedano, los Arturo Prat, los Diego Portales, entre otros, sin dejar de mencionar la minúscula presencia de mujeres en este discurso “oficial”, donde su “abnegación” se les menciona con una burlesca condescendencia.
Pero en estos tiempos, “lo oficial” está en entredicho. Autores como Jorge Baradit se han atrevido a desafiar el relato supremo, sugiriendo, por ejemplo, que Arturo Prat no sólo era marino y abogado, sino también espiritista. No sería descabellado pensar que, con el conocimiento de fines del siglo 19, las creencias tuvieran un apego a lo que para nosotros, en el siglo 21, sería paranormal. Historia que bien podría ser una afrenta para los marinos y los puristas militares. ¡Cómo se nos ocurre tocar la figura de Prat!
Lo mismo pasa, por ejemplo, con Gabriela Mistral, en la que el discurso tradicional la encasilla en la figura de esta abuelita que ganó el premio Nobel de Literatura (mucho antes del Nacional, cosas que pasan en Chile), que hablaba de piececitos de niños, rondas y desamor. Lo suficiente para aparecer en el billete de cinco lucas. Pero vaya uno a hablar, oficialmente, de esta mujer activista por los derechos de las mujeres, una ilustre educadora, intelectual connotada en el área de la educación que incluso llevó su experiencia fuera de nuestras fronteras, y también disidente sexual. Pecado, dirían otras abuelitas.
Lo que sucede, es que la historia depende mucho de quién la cuenta. Así, también, cómo se construye el relato de un país. De esa forma, han cabido discursos como que somos el oasis de Latinoamérica, en el mismo momento cuando Chile comenzaba a tener una democracia enferma, cuando la clase media sólo lo era por su capacidad de endeudamiento, y los más necesitados no pueden aspirar a más que migajas. Penurias y demandas que tanto los movimientos sociales como también personas por iniciativa propia han comenzado a exclamar, denunciar y, de paso, una realidad transformar.
¿Les ha pasado que algún extranjero le pregunta qué carajo pasó con Chile? Evidentemente le fueron con el cuento. El problema es quién creó el relato, y quién lo contó.
Al cabo de un año de la revuelta social, muchos se decepcionaron. Chile no era como me lo habían pintado. No era tan glorioso, las cifras macroeconómicas no resisten nuestras infinitas necesidades, ni tampoco calman los dolores de los que sufren: pobres, indígenas, mujeres, trabajadores. Y como podrán darse cuenta, los libros de historia tampoco lo cuentan mucho. Todo es gloria, todo es porcentajes, ¡Oh, Chile lindo y tricolor, como la libre Francia y los exitosos Estados Unidos! Tan exquisito en recursos naturales, tan valioso en paisajes, tan atractivo para el de afuera. Una potencia, aunque sea del tercer mundo.
Pero la falacia ha caído.
El jaguar se convirtió en gatito, la alegría se hizo arisca y sobre todo, el relato de Chile no cuadraba con la realidad de miles de personas que hoy tratan de esquivar el Coronavirus en las micros y el metro cada mañana. ¿Qué pasó entonces?
Partamos por sincerar nuestra historia, donde ha habido sangre y dolor, donde la gloria no ha sido para todos. Porque nadie ha sido tan correcto como para que haya decenas de hombres y mujeres protegiendo estatuas.
Si la historia es nuestra, y ésta la hacen los pueblos, como decía Salvador Allende, es porque algo de pertenencia y sentido nos debe hacer. El adversativo “pero” debe consignarse cada vez que hay un hito que marcan los antiguos almanaques, cada gloria contada ha tenido sus costos, algunos terribles. Que las cosas sean como son hoy, que los de arriba hayan sido los de siempre y los oprimidos también no es casual, y hay que decirlo. Sobre todo, ahora que Chile tiene la gran oportunidad de comenzar a reescribir su propia historia, incluyendo a todos aquellos que fueron excluidos por siglos.
Este domingo 25 de octubre podemos comenzar el primer trazo de esa nueva historia. Una historia real, sincera y participativa. Todos los chilenos y chilenas tendremos la posibilidad –si el Covid nos lo permite- de hacer una acción que sería un segundo hito hacia esta nueva escritura, después del despertar. Tan sólo con un lápiz pasta azul y un papel, a la antigua, como se escribía sin tecnología. La posibilidad de poder integrar a las mayorías a una nueva carta magna en democracia, con paridad y con el suficiente ancho de acción para poder armar un nuevo país debe ser una instancia que nos convoque a todos, no podemos permitirnos quedar fuera de este momento histórico.
Si hay dudas de la pertinencia de realizar este potente cambio, la misma lectura nos entrega insumos para entender por qué el gatito sigue rumiando. Para entender cómo se enriquecieron los privilegiados en la dictadura, tenemos la obra de María Olivia Mönckeberg, quien también nos ha detallado el negocio de la educación superior, las influencias de la iglesia católica y los partidos políticos, en particular de la UDI. Partido que fue desmenuzado desde sus entrañas por Lily Zúñiga, en su libro Imputada. Pero no sólo de ese sector salen manchados, el periodista Daniel Matamala nos brindó una panorámica de cómo el dinero y el tráfico de influencias ha manchado la política en todo su espectro con Poderoso Caballero. O también, cómo la justicia chilena ha sido cómplice en mantener la desigualdad ante la ley, según el relato de Alejandra Matus en el antiguamente censurado Libro Negro. Todo esto sólo por nombrar algunos ejemplos.
Hay trabajos periodísticos notables que tanto Ciper como las nominaciones anuales de la Universidad Alberto Hurtado han desarrollado a lo largo de los últimos años, donde se ha investigado casos de alta connotación pública, como el caso Caval, Penta, los errores del 27F o los manejos dudosos de la misma pandemia por parte del Gobierno. Temas hay muchos, y me atrevo promover el trabajo de varios periodistas que, entendiendo que en una realidad de concentración del capital y su reflejo en la propiedad de los medios de comunicación, hacen el esfuerzo de remar contra la corriente.
Las encuestas han dicho que para la mayoría es bienvenida la idea de comenzar a escribir de nuevo la historia. Y mirar la verdad que se ha querido ocultar nos ayudará a entender qué es lo que queremos y no queremos como país. Hay una historia nueva que relatar, contada ojalá por todos nosotros.Pero para aprender de lo vivido y darles un mejor legado a los que vendrán, debe ser con los ojos abiertos ante la realidad, informados, y sin olvidar que este domingo 25 de octubre, todos tenemos una gran responsabilidad de la que –si queremos ser parte de esta escritura con lápiz azul- no nos podemos restar.