Por Claudio Garrido
Probablemente en estos últimos días de 2020, como cada fin de año, miremos hacia atrás todo lo que ha acontecido desde el pasado primero de enero. Creo tener la certeza de que la mayoría de las personas que hagan ese ejercicio, de buenas a primeras, califiquen el año con un improperio.
Definitivamente, este año fue un sometimiento en muchas dimensiones, y tal vez nos haya hecho sentir pequeños e impotentes.
Durante los meses del confinamiento, muchos tuvimos que pensar cómo salir adelante en un año donde hasta trabajar parecía complicado. En mi caso, estuve con un emprendimiento de repartos, y en una de esas tandas, coincidí con mi amigo Ariel Cruz, quien debía repartir ejemplares de sus libros a sus fieles lectores. Conversar con Ariel nunca será un ejercicio breve, pues insta a profundizar en lo que estás viviendo hoy. Y su obra expresa bastante acerca de lo que el día a día te entrega. No en vano, su primer libro Corte de Cinta (2017) reivindica en una obra literaria multigénero todo ese espectro de momentos que la cotidianeidad muchas veces nos brinda sin que nos demos cuenta, dada la vertiginosidad que tiene el sistema de vida que nuestro país nos impone.
Ariel, en esa tarde de agosto, me regaló Los Héroes del Tiempo (2020). Su última publicación está profundamente permeada por los sucesos que marcaron Chile desde el 18 de octubre de 2019 en adelante. Por cierto, a partir de su lectura, y de cómo el devenir nos ha hecho vivir este final de década con una pandemia implacable (que no respeta a nada y a nadie), se hace pertinente la necesidad de desmenuzar ese concepto de héroe que va quedado plasmado a través del tiempo y los espacios.
Probablemente, escuchamos este año muchas veces esa palabra asociada a los trabajadores y trabajadoras de la salud, de capitán a paje. Hubo aplausos de parte de la ciudadanía, mas no mejores recursos de parte del gobierno. Mártires engrosaron las listas de fallecidos cumpliendo esos turnos infames de 24 horas e incluso más para cuidar tu vida. Cómo no darles un reconocimiento merecido.
Sin embargo, la existencia de aquellos héroes no anula que fuera de aquel ámbito millones de otras luchas se estén dando en el día a día. El primer fin de semana de la fase 2 en Santiago, en el marco de mis labores, pude ver a una ciudad más bien desierta –excepto en las ferias- que me llevó al recuerdo de mis temerosas salidas en pleno invierno. Y las salidas, tanto la del invierno como la del mencionado fin de semana no fueron por placer, sino por la necesidad de trabajar.
Mucha agua ha pasado bajo el puente desde ese instante en el que debimos recluirnos en nuestros hogares por un buen tiempo. Extrañar amigos y familia, la rutina, los espacios, las caminatas, los carretes. Y si fuéramos idealmente responsables, deberíamos estar haciendo lo mismo todavía. Sin embargo, gran parte de nosotros ha debido transgredir lo más elemental de esta época de pandemia: distanciarnos de la gente, porque tenemos que trabajar para subsistir.
De lunes a viernes, los tacos son los mismos o incluso más intensos que los que habían en marzo, a pesar de que los estudiantes estén con clases remotas. En la mañana, todavía es posible ver paraderos atochados, el bus y el metro hacinados. Filas para todos los trámites y barrios comerciales donde no hay ningún tipo de cuidado para prevenir contagios ni fiscalizaciones.
Ahí es donde nos preguntamos ¿Por qué podría dar la impresión que a la gente le da lo mismo y seguir asumiendo ese riesgo? La necesidad es más fuerte, le tememos al hambre, a las deudas, al Dicom, al jefe. Todavía. Es la opresión del mismo sistema, que te sigue viendo como número, tal como cada mediodía el Ministro de Salud anuncia cual cómputo de la Teletón el número de víctimas, de las cuales estoy seguro que muchas de ellas nos han dejado por causa de políticas públicas que ponen sobre la mesa lo técnico, lo económico, y no lo humano. De la cesantía nos podemos recuperar, de la muerte no.
Aquí es cuando vinculo la temática de la obra de Ariel. Porque en Los Héroes del Tiempo hay una gran pregunta transversal. ¿POR QUÉ? ¿Por qué vivimos esto, justamente en el momento que pasamos la peor crisis social de los últimos años?
No hay forma de dejar sin relación los motivos que nos llevaron a la revuelta y el malestar de una sociedad que se ha sentido aún más abandonada, con violaciones a los derechos humanos impunes, con políticas públicas tecnocráticas, con un ministro de Educación inepto que sólo pretendía exponer a nuestros niños para cumplir indicadores, con una corrupción flagrante perdonada con complacencia de los aparatos del poder, con iluminados con intenciones de ser constituyentes cuando el pueblo les ha tendido el sobre azul con un lápiz del mismo color. Perlitas que nos entrega la dulce patria.
En el 2020 nos hemos tenido que bancar una serie de situaciones que profundizan la idea de que la convivencia en sociedad nunca más será la misma, pero que choca a su vez con las prácticas cotidianas propias de un sistema retrógrado, violento y que nos vulnera día a día. Lo veo en nuestros muertos, en nuestros mutilados, en nuestros viejos esperando con ansias su “diez por ciento”, en los endeudados que no pueden acceder a nada, a los cesantes, y a los que no, que se arriesgan cada día porque hay que trabajar igual, ahora más que nunca, porque en cualquier momento la cosa no va más, y porque tampoco nadie nos va a ayudar.
¿Tenemos derecho a sentirnos héroes? Sí. Por enfrentarnos a tanta desidia, a los efectos sociales de un virus que ha devastado nuestras vidas cotidianas y sociales. Pero sobre todo, ya sea por honrar a los que ya no están o sencillamente, por honrar nuestras propias existencias, nos podemos sentir héroes porque seguimos de pie, porque nuestro despertar ha hablado acerca de que tenemos una vida que nos pertenece y hay que hacerla valer.
Gracias, Ariel, por tu libro. Pero también, gracias a la vida, por cada día darme una nueva
oportunidad de ser cada vez que despierto en este país herido.