Por Valeria Cáceres B.
Capítulo 1: Ella
Había tenido una semana horrible. Pero horrible de verdad. De esas en las que todo pesa. La mochila, el abrigo, la vida… respirar. Tener dieciocho años y ser el hermano menor, a pesar de lo que todos piensan, es agotador. Por lo menos en mi caso. Siempre la oveja negra, el problemático, el mimado, el desatendido, el dolor de cabeza. Ese era yo. Al que vivían apuntando con el dedo, el que pisaba y estropeaba todo. Al que nunca le pasaba nada bueno.
Tanto dudaban de mí y mis capacidades, que al final todo me daba igual. Ir al colegio era una de esas cosas que me daban igual. Así es que comencé a ir al centro comercial para ver el tiempo pasar. Vagaba por tiendas de juegos, jugaba a veces y otras solo observaba. Después me colgaba a algún WiFi y ahí me quedaba chateando con un montón de gente que ni conocía. Y así pasaba las horas, abstraído en ese mundo virtual y vacío. Lleno de filtros en fotos, lleno de mensajes motivacionales como descripción pero que nadie practicaba. Y lleno de soledad. Porque al final estamos solos aunque los likes y los followers digan otra cosa.
Sin apartar la vista de mi celular, subiendo y bajando con el dedo los perfiles de Instagram, mi reproductor de música, de pronto, se detuvo: seguramente se había caído el Wifi. Qué rabia, no cargaban las fotos, no sonaba mi música y mi pequeño “mundo” desaparecía con el mensaje: “no se ha podido reestablecer la conexión”.
Pero ese enojo de pronto se vio interrumpido por unas notas musicales sonando a lo lejos. Un piano rompía la atmósfera ajetreada y le daba calma al centro comercial. Me giré para ver desde donde venía el sonido. Y entonces la vi. Sus dedos se movían como si acariciara cada tecla y su cuerpo se balanceaba al ritmo que escapaba del teclado. Jugaba un poco con las teclas del piano y, poco a poco, una melodía comenzaba a formarse. Tenía los ojos cerrados y en cualquier momento parecía que iba a abrir la boca para cantar y volar. Pero no sucedió; la canción se acabó muy rápido como para que ella pudiera hacerlo.
Me senté a su lado, casi como si fuese un experto pianista, pero la realidad era que solo había practicado un par de veces en el colegio. Improvisé una melodía, y ella hizo todo por seguirme el ritmo. Me sonrió un par de veces y durante los dos minutos que duró la canción, me sentí importante. Me sentí parte de algo lindo, íntimo y único.
Tenía la sonrisa más linda que había visto, y trasmitía tanta paz que quise inmortalizarla en mi memoria. Cerré los ojos mientras mis dedos parecían tener vida propia en aquel piano, juro que solo fue un momento para saborear aquello, y cuando los abrí, ella se había desvanecido.
Fue como un suspiro. Así de corto fue nuestro encuentro.
Dejé de tocar al instante. Me levanté para ver si podía encontrarla y pregunté a un guardia que pasaba si la había visto.
Es un poco más pequeña que yo, colorina y lleva un vestido gris. ¿Seguro no la vio?
No, lo siento.
Llegué a pensar que había alucinado, que todo era mi imaginación. Me apoyé en una columna frente al piano y me quedé ahí, estático, con la mirada fija en el piano dispuesto para que cualquiera se sentara y lo usara.
Podía seguir esperando a que reapareciera, o irme y olvidarme de todo. Se hacía tarde, así es que me fui, pero no pude olvidar lo ocurrido. Lo cierto es que me obsesioné con ella. Comencé a llenar mi canal de Youtube con tutoriales de piano, e iba algunas tardes al centro comercial y me sentaba allí, frente al piano, esperando a que ella algún día apareciera. Dejé de ir tanto al mall y volví a la escuela. Pero volví para tener la opción de tomar el electivo de música. Me interesé en aquello que mágicamente, por primera vez, me hacía sentir útil y bueno para algo.
Una pequeña luz de esperanza se encendía por fin. No todo estaba perdido.
Pero un día ella volvió a quebrar mi rutina. Llegué al centro comercial, saludé al guardia que a estas alturas ya me conocía y me senté en el piano. Tenía que practicar, porque hasta me había inscrito en una audición para representar a mi colegio en un concurso de piano. El mismo guardia al que había saludado poco antes se me acercó, sonriendo.
¿Qué pasa? ¾respondí, devolviéndole la sonrisa.
Señaló con el mentón una de las esquinas del piano. La madera estaba totalmente pintada con diseños psicodélicos y, entre tanto color, había un post it que tenía escrito:
“Hola, te he visto tocar un par de tardes.
No sé si te acuerdas de mí…
tocamos juntos hace unas semanas.
¿Te parece si nos juntamos mañana a esta hora?”
Ahí estaba lo que tanto había esperado. ¡Una señal de que era real! No podía sonreír más, estaba tan contento. Tanto, hasta que me di cuenta que al día siguiente, a esa misma hora, tenía que audicionar para lo que tal vez cambiaría el rumbo de las cosas, lo que me había devuelto las ganas de ser y le daría significado a mi vida.
¿Qué hacía? ¿Iba por mi único sueño o lo dejaba pasar para tocar probablemente dos minutos junto a la chica que me había devuelto las ganas de soñar?
Debes ir por tus sueños y ser un grande.. Ya después el tiempo se encargará de volver a encontrarte con ella, porque está claro que ella seguirá yendo al centro comercial para verte.
Yo creo que hay oportunidades que se dan una vez, así que vaya por la audición. Ya habrá nuevos momentos con la chica del piano.