Por Tamara Kruger
“Navidad, navidad, blanca navidad; hoy es día de reparto que felicidad” No puedo dejar de cantar, ya que el arbolito que instalé en el café repiquetea con la melodía. Hoy no bajaré el volumen porque sí, es día de reparto y mis hormonas, golpean de alegría. Bueno, no es precisamente de alegría, más bien de pensamientos impuros, por no decir pornos con relación al chico del reparto. Hace un año tuve la suerte de encontrar su empresa por internet y como si Dios hubiera escuchado mis plegarias, Pablo es el flamante y guapo chico que entrega los deliciosos pastelitos con crema pastelera. No puedo negar que he pensado en millones de formas de deslizar tan deliciosa mezcla por su cuerpo y ni pensar por dónde mi lengua se deleitaría con…
—Maca, ¿No escuchas el teléfono? —Isabel pasa por mi lado indicándome el molesto aparato.
De mala gana dejo mis pensamientos de lado y como soy la dueña debo contestar. De inmediato escucho el interminable relato de mi madre con relación a la dolencia número ciento quince de este mes, pero bloqueo su parlotear mientras observo el maldito reloj que avanza más lento de lo normal. Sólo faltan unos días para navidad y le explico otra vez a mi santa madre que no viajaré a Coquimbo. No es porque no me agrade el lugar, más bien es porque esta hermosa fiesta me recuerda lo sola, por no decir lo soltera que estoy hace cuatro años, además ver a mis hermanos con sus esposas e hijos no me hace mucha ilusión. La idea de que me pregunten de manera incómoda cuando llevaré novio, no es agradable. Como si uno fuera a la tienda de moda y dijera quiero llevar ese, el del pelo oscuro, con torso imponente, cariñoso, que me abrace en la noche, y en papel de regalo.
Mi espalda se coloca rígida al divisar la camioneta blanca que se estaciona afuera del pequeño café. Lugar que hace dos años instalé y del cual me siento orgullosa, ya que haber iniciado mi propio negocio fue la mejor decisión que tomé a nivel profesional. A punta de esfuerzo me ha entregado una vida económica relajada, sin embargo, sentimentalmente nula, ya que haber levantado sola este negocio, ha consumido las horas completas de mi vida. Pero, ya tomé la decisión, eso va a cambiar, porque para el próximo reparto lo invitaré a salir. Ignoro lo siguiente que me dice mi madre al teléfono y le corto abruptamente, inventando un incendio en la cocina. Evito mencionar que el incendio se inició en mi interior al ver a Pablo que desciende de la camioneta.
Isabel me mira con una sonrisa al saber que en los próximos veinte minutos no estaré disponible para nada, ni nadie. Toda mi atención estará puesta en la entrega de los deliciosos muffins con sus chips de chocolates. Que la verdad me importa una mierda, lo único que quiero es volver a mirar esos ojos grises y envolverme en la cálida sonrisa de mi repartidor.
Me ubico en el mostrador tras la vitrina en donde se encuentran las tortas. Me arreglo el cabello con un leve movimiento hacia atrás al estar segura que está perfecto. En la mañana lo planché más de dos veces y apliqué laca sobre mi maquillaje para que estuviera en su lugar hasta que la puerta del café se abriera. Tomo un lápiz de manera distraída y hago como que escribo algo sobre una carpeta, aunque lo único que quiero es escribir “Pablo”.
La puerta se abre y escucho el tintineo de las campanas que ubiqué como decoración en el cristal. Pablo con una gran caja traspasa el umbral. Su imponente altura se hace presente y todo lo que hay alrededor desaparece. Como si un gran foco lo alumbrara sólo a él, y por supuesto a la rama de muérdago que instalé sobre la puerta, fantaseando en la forma que me rodaría entre sus brazos, besándonos bajo la verde flor para sellar nuestro compromiso. Eso sí, la visión que tuve fue de noche y sin ningún cliente, obvio. No voy a decir que después del beso lo arrastraba atrás de las mesas realizando algo más de lo que me atrevería a decir en voz alta. Definitivamente creo que dejaré de leer libros eróticos, no me ayudan con mi soledad y mis hormonas a cada lectura se funden.
—Hola Maca —Pablo se acerca y me pierdo en su rostro. Levanta la caja y estoy esperando su siguiente frase. —¿Dónde la pongo?
Y espero que no sepa telepatía porque tengo varias respuestas a su pregunta.
—Donde siempre, atrás, gracias. —Lo sigo con la mirada y no puedo evitar ladear mi cabeza cuando se agacha para dejar la caja. Maldigo en silencio cuando un cliente se ubica detrás de él tapando el campo de visión y me pierdo su tonificado trasero al agacharse.
—Quiero llevar una torta de panqueque mora —me dice el cliente que sigue bloqueando la imagen que esperé ver y lo único que quiero responder es “y a mí que me importa”.
Isabel se desocupa de la mesa que está atendiendo y llega de manera rauda a mi lado para ayudar. Me muevo hacia el lado para esperar al repartidor.
—¿Cómo estás? —pregunta Pablo que se acerca para entregar la guía de despacho.
—Bien, con mucho trabajo —recibo la hoja y demoro todo el tiempo que puedo por firmar el bendito papel que es lo que nos conecta en este momento —¿Tienes planes para las fiestas?
—No, no lo he pensado aún, tal vez cene con mi familia —sonríe. La crema se derrite en mi vientre al ver como su quijada se acentúa bajo la pequeña barba descuidada que lleva, sin evitar pensar en el roce de su bello en mi piel. —y tú ¿viajarás a visitar a tu familia?
—No estoy segura, además algún café debe funcionar en Santiago para los días de descanso.
—¿De verdad trabajarás? —Abre un poco más sus ojos y quiero entrar en el gris de su mirada.
—No lo sé, es solo una idea —digo ya que mencionar que solo abriría el Café para seguir recibiendo pastelitos no es muy cuerdo, además su empresa no trabaja.
—Es bueno saber que habrá algún lugar abierto, puede que pase por aquí, siempre he querido probar la torta de frutillas que preparan, he escuchado que es deliciosa. —vuelve a sonreír.
—Estás invitado, cuando quieras —digo, recordando que también he fantaseado con una versión para adultos de las frutillas, algo como crema sobre mi piel y la fruta cubriendo lugares estratégicos que luego él lamería.
Escucho a lo lejos las campanas de la puerta que se vuelve a abrir, pero, aunque fuera un alienígena revelando que existe vida en Marte no la miraría, al estar mi atención en Pablo y en sus gruesos labios rosados. Lamentablemente el momento se disuelve cuando una mujer con dos niños se acerca al mostrador y uno de ellos grita de forma insistente “quiero un queque, quiero un queque”. Mi primer pensamiento es introducir el pastel en la boca del niño para que se calle. Y lo siguiente es lanzarlo a la calle cuando Pablo se mueve incómodo quizás pensando que molesta. Sólo si supiera que estaría dispuesta a echar a gritos a todos para quedarme con él. Mi motivación desaparece cuando toma la guía de despacho y camina hacia la salida.
—No vemos Maca —dice y abre la puerta. Su mirada se eleva observando la rama verde, y no es que pase desapercibida, es la más grande que encontré —¿Crees en el muérdago?
—Sí, ¿tú no? —digo al momento que vuelve la imagen de sus labios estrujando los míos.
—Nunca lo he probado, pero nunca se sabe —me cierra un ojo y se va.
Mi boca se abre hipnotizada, mirando cómo se aleja y aunque quiero seguir con mi vista fija en él, el incesante “quiero un queque” “quiero un queque” hace que atienda al maldito niño, analizando seriamente en darle un queque añejo por hacer que perdiera mi oportunidad.
—Lo siento —Isabel a mi lado atiende al mocoso molestoso —No pude atenderlos a todos.
—No te preocupes, no es tu culpa —digo, pero la verdad es que quiero patear al niño y a todos los clientes.
—¿Lo invitaste a salir? —Isabel me pregunta una vez que se desocupa.
—No, ya te dije que el próximo reparto es mi fecha límite.
—Eso ya no lo creo, tu fecha límite primero fue para las vacaciones de invierno, luego para las fiestas patrias y luego para el día de los inocentes y ahora la volviste a cambiar.
—Es que no estoy lista y ¿si me dice que no? —comienzo a sudar al pensar en esa situación, me moriría de vergüenza sin mencionar que tendría que cambiar de proveedor.
—Dicen que, si no cruzas el río, no sabrás que hay al otro lado.
—Al otro lado puede haber una chica humillada y con un gran problema de venta de pastelitos, los suyos son los mejores.
—Tampoco se venden tanto y que los desechas para pedir más creo que no es muy buena estrategia comercial.
—¡Cállate! —le doy una mirada amenazadora para que baje la voz, no quiero que los otros empleados se enteren que algunas veces, bueno varias veces hago que desaparezcan para hacer otro pedido en menos de una semana.
—No soy la única que se da cuenta que los pasteles desaparecen mágicamente.
—No sé nada de eso —me giró caminando a la pequeña oficina que tengo en el café. Es un espacio de dos por dos, pero al menos me sirve para ocultarme y no continuar con el escrutinio de Isabel. Y sí, debo confesar que al principio me los comía con la intención de realizar otro pedido antes de que terminara la semana, pero al ver que mis caderas comenzaron a crecer tuve que cambiar de estrategia. Por lo que llené una bolsa de basura con los pasteles y caminé cuatro cuadras para eliminar la evidencia. Pero al llegar a una esquina, me encontré con un niño de unos doce años que limpiaba vidrios de los autos que se detenían en un semáforo y se los regalé.
A la siguiente semana caminé nuevamente hasta el lugar encontrando al mismo niño, que ahora estaba acompañado por su hermana. Los dos recibieron con una contagiosa alegría los pasteles y ya no pude dejar de llevarlos dos veces por semana. En la actualidad mis visitas son esperadas con ansias y no solo por ellos, varias personas en situación de calle me esperan también. Además de los pastelitos, incluí tortas, queques y cualquier alimento que antes los desechábamos por estar a punto de pasar a mejor vida, ahora los guardo y los comparto con ellos, incorporando café con una grata conversación.
La puerta de mi oficina se abre ingresando Isabel de forma acelerada.
—Tienes una llamada —dice de manera entusiasta.
—¿Quién es? —La miro confundida en general no es de las personas que demuestran sus sentimientos, bueno tampoco yo.
—Pablo.
—¿Qué Pablo? —digo sin entender.
—Pablo, el repartidor, el que se acaba de ir, con el tienes sueños húmedos…
—¿Qué? —La interrumpo antes de que continúe con su resumen que la verdad suena bastante pervertido, si alguien lo escuchara.
—Ese Pablo, te está llamando.
Sin que lo repita otra vez me paró de mi asiento con el corazón en la garganta, y sin advertirlo arraso con la mitad de mi escritorio al golpearlo con la cadera. Salgo corriendo a la pequeña sala moviéndome como un ágil gato entre las mesas atestadas con clientes. Llego y respiro de manera profunda contando hasta diez, para que no se enteré de que me vine a la velocidad de la luz y no perciba mi aliento agitado.
—Hola, habla Macarena.
—Hola Maca, disculpa que te moleste, me confundí de guía y te dejé la que debo devolver a mi jefe, así que tendré que ir por ella, espero no te moleste.
—No claro que no, puedes venir no hay problema —digo y mi sonrisa ya se anexó a mi cara, lo veré otra vez.
—Eso si deberé ir más tarde ya que voy hacia el otro sector de Santiago, así que cuando regrese paso.
—Sí no te preocupes, recuerda que el café cierra a las ocho.
—Sí, estaré ahí, adiós gracias.
Me quedo escuchando el ruido de la conexión muerta al otro lado, pero mi alegría asciende y está vez no perderé la oportunidad, me comportaré como una adulta y lo invitaré.
El resto del día no me puedo concentrar y cada vez que diviso algún vehículo de color blanco mi respiración se detiene. Ya me he maquillado como cincuenta veces y he evitado entrar a la cocina para que el calor no haga que el frizz del cabello me ataque. Isabel ni siquiera me ha dirigido la palabra, mi calma ha desaparecido y la última vez casi le ladré.
La tarde pasa lenta y agradezco tener problemas con el pago de algunas facturas para distraerme. Levanto mi cabeza observando que la cocina cerró señal de que son las siete y no hay noticias de Pablo. Al rato Isabel se quita el delantal acercándose.
—A lo mejor tuvo problemas, puede que venga mañana —dice mientras toma un trozo de torta y lo guarda para llevar.
—¿De qué hablas? —digo tratando de parecer desinteresada.
—De nada, pero cada día estás más loca, y por favor invítalo o si no me veré en la obligación de pagar a algún chico para que te seduzca, la falta de sexo te tiene al borde del desquicio.
—Lo invitaré, deja de presionar.
—Es que, si no le dices tú, lo invitaré yo.
—Ni se te ocurra o buscarás otro empleo.
—Sin empleo, pero con un hermoso repartidor que revoluciona las hormonas—Isabel se ríe y yo quiero golpearla contra el mostrador.
—Es solo una broma, y te dirá que sí —me da un beso en la mejilla y se marcha.
Mientras la veo desaparecer contemplo el espacio vacío, el bullicio del día desapareció y mi repartidor no llegó. Al mirar la hora el reloj me indica las ocho.
Me dirijo hacia la puerta girando el cartel que da aviso que el café cerró y al parecer mis esperanzas también.
Aprovecho que estoy sola y me dirijo al computador. Abro Facebook y sí, otra vez me siento a buscar a Pablo en las redes sociales, a lo mejor alguna publicación me indique el porqué de su retraso. Después de volver a observar sus fotos por vez número un millón y recordar su vida de memoria: soltero, 26 años, de día repartidor de una empresa de alimentos y en la noche estudiante de diseño, sé que el último año sólo ha salido con una chica con la que se vio en un asado muy cariñoso, pero después de dos semanas ni siquiera la tenía como amiga. ¿Qué me pasa?, a lo mejor es verdad y si me estoy desquiciando, sólo debo invitarlo y ya.
Me incorporo de golpe al ver que son casi las nueve y llevo una hora babeando literalmente con sus fotos, pero ese no es el problema, me esperan. Tomo mi cartera y lo más rápido que puedo preparo las bolsas con los pasteles, esta vez anexo una torta de mil hojas que está deliciosa y ni me preocupo que sea del día, sé que a Renato le encantará. Mientras el agua hierve cierro las cortinas metálicas del café y una vez que ya tengo dos termos preparados con café, saco la gran mochila para depositar la mayoría de las cosas.
Agarro mi bolso y dos bolsas que está vez están más pesadas de lo normal, ya que me entusiasmé guardando varios queques recordando al pequeño de la tarde y las ganas con las que los devoraba. Salgo del café y con dificultad bajo la última cortina metálica.
—Maca —escucho desde mi espalda —disculpa la hora.
Me giro y mi repartidor está de pie junto a mí. En esta oportunidad babeo al verlo sin el uniforme. Lleva una camiseta negra y unos jeans desgastadas, y debo decir que acaba de subir quinientos puntos en la escala de chicos sexis.
—Hola —maldigo, no puedo dejar a la gente esperando por su café y pastel, para algunos de ellos es la única comida del día.
—Lamento la hora, pero no me pude desocupar antes, veo que cerraste.
—Pablo de verdad, lo siento —digo y aprieto el último candado —tendrás que venir otro día estoy atrasada, tengo un compromiso.
—Sí, no te preocupes —me mira como hago algún malabar para tomar las bolsas —¿A dónde vas? ¿Te puedo ayudar?
—No, estoy bien, solo caminaré unas cuadras.
—¿Con todas esas bolsas?
—Sí, lo puedo hacer.
—No me quiero inmiscuir, ¿a lo mejor alguien te espera?
—Sí —me fijo que su mirada decae un poco o debo estar soñando, al parecer piensa que tengo novio—me refiero a que, sí me esperan, pero no es un hombre.
—Ah, qué bueno saberlo.
—¿En serio? —digo confundida de que realmente se alegre de saber que no tengo compromiso.
—Si…, bueno, no sé —mete las manos en sus bolsillos de manera nerviosa.
—Está bien, si no tienes nada que hacer me puedes acompañar —al fin digo. No es que lo hubiera invitado y no es que sea lo más romántico, pero podré estar más tiempo con él.
—Perfecto, tengo tiempo libre por las fiestas no tengo clases —Da un paso hacia a mí y agarra las bolsas, nuestras manos se tocan y ya quiero que otras partes de nuestros cuerpos también lo hagan. Solo espero que cuando vea a donde voy no quiera arrancar.
—Espero que no te asuste, pero voy a repartir comida —menciono contemplando su reacción.
—¿Comida? —Mira en el interior de las bolsas —Los pasteles, ¿a dónde los llevas?, ¿pensé que eran para tu tienda?
—La mitad de lo que pido sí, la otra mitad la entrego a gente que vive en la calle, pero debes estar contento los disfrutan mucho.
—¿Es en serio? —Me mira, pero no alarmado más bien sorprendido.
—Sí y vamos que de verdad estoy tarde —Comienzo a caminar aliviada al saber que no se espantó.
Nos internamos por las calles capitalinas en donde el ambiente cambia radicalmente. Las personas de trajes ejecutivos desaparecen dando paso a un nuevo mundo.
—¿Siempre vienes sola? —Pablo camina a mi lado y casi de forma protectora cuando nos topamos con unos hombres de dudosa reputación.
—Sí, la verdad es que nadie sabe que hago esto.
—Deberías venir acompañada, es peligroso para una chica como tú andar sola a esta hora.
—La verdad es que no había pensado en el tema de la seguridad, pero tampoco sé si habría alguien interesado en este tipo de actividad, no todas las personas están dispuestas o preparadas para ver otro tipo de realidad.
—Yo sí, feliz te acompañaría, además esté es mi último semestre así que puedes contar conmigo a partir del próximo año.
—¿Lo dices de verdad? —Me detengo atónita. En primer lugar, por la generosidad de su gesto y segundo, lo vería al menos dos veces por semana, me gustaría saltar y hacer un baile ridículo, pero al estar parado frente a mí sólo sonrío—Gracias sería de mucha ayuda, así podría traer más cosas.
—Es un trato —Me cierra un ojo, y ya no lo puedo resistir, este hombre me está matando.
A los minutos llegamos a una calle solitaria y de lejos se observan los cartones que tratan de realizar un refugio. Renato al verme corre a mi encuentro y su hermana aparece tras él.
—Maca —grita emocionado, pero se detiene al observar al hombre a mi lado.
—Te presento a Pablo, es un amigo —Mi repartidor tiende su mano y el niño le devuelve el saludo con recelo.
—Ella es mi ángel, así que no quiero que la mires mucho —dice Renato en un tono de marcar territorio.
—No te preocupes no te quitaré a tu ángel —dice Pablo con una sonrisa.
—Si es así puedes venir —Le indica con su mano y lo invita a su pequeña morada.
El padre de Renato se levanta y nos saluda mientras el niño con su hermana hurgan en las bolsas, comiendo.
—Hola —Saludo al hombre y no puedo evitar mi emoción al contarle la noticia que traigo.
—Gracias Macarena, la ayuda que nos das, es sumamente importante —El hombre en su mirada expresa gratitud.
—Bueno y acá, —digo mientras de mi mochila saco una carpeta, —está mi regalo de navidad.
El hombre me mira desorientado.
—Como te había comentado, ya es un hecho, encontré una casa de acogida para ti y tus hijos, el lunes los recibirán y además hice los trámites para que puedas trabajar en el café. Al principio puedes comenzar con la limpieza mientras te familiarizas con el lugar, luego también puedes atender a los clientes, espero que lo aceptes —digo esperanzada ya que conseguir un hogar para ellos en este país fue más que complicado.
El hombre no dice nada, sólo veo las lágrimas que se alojan en sus ojos, se acerca y me da un fuerte abrazo, lo acepto también conmovida y lo abrazo con fuerza. Al separarnos les cuenta a sus hijos las nuevas noticias y todos gritan emocionados. Me giro y encuentro la mirada de Pablo y puedo ver que sus ojos también están vidriosos.
—No es para tanto —Le digo tragando mi propia emoción.
—Eso fue increíble —Responde.
—Eso no es nada —digo sacando un par de chalecos de mi mochila que traje para los niños —Hay mucha gente que necesita ayuda, es solo el comienzo.
—Pero es un comienzo excelente —se acerca y toma mis manos —y por supuesto te ayudaré en todo.
Esta vez mis instintos despiertan y debo controlar mi cuerpo para que no se lance sobre él.
Después de compartir un café y ver la alegría de los niños al saber que al final podrán asistir al colegio, nos despedimos.
—Recuerden que los veo la noche del veinticuatro —me levanto y tomo la mochila vacía después de haber repartido la comida con varias personas más —y ni si les ocurra faltar, esta vez no habrá pasteles, prepararé una cena.
—Yo te compré un regalo —dice Renato con mucho orgullo.
—Pero ¿cómo? Si no tienes dinero —digo sorprendida y espero de verdad que no haya robado, se lo prohibí rotundamente.
—Trabajé en la vega, ayudando con las bolsas a las viejas cuicas y dan muy buenas propinas.
—¿En serio? —Esta vez no puedo contener la emoción y mis ojos se nublan —No deberías haberlo hecho, a lo mejor ese dinero te servía para otra cosa.
—El dinero está muy bien gastado, espero que te guste, también le compré zapatos a mi hermana —dice levantando los hombros.
—Me encantará —me levanto dándole un abrazo.
Antes de que la bola con lágrimas que se situó en mi garganta haga su aparición, me incorporo y me despido rápidamente. Camino alejándome hasta que Pablo me encuentra al girar la calle.
—Eres maravillosa —dice parado frente a mí. Levanta su mano y atrapa una lágrima que desciende por mi mejilla.
—No lo soy, podría hacer más —digo ya que me encantaría ayudar a más personas.
—Lo haces fantástico y con esto, creo que no me equivoqué en lo que te quería pedir —dice mirándome a los ojos.
—¿Qué?
—Me gustaría que saliéramos, espero que no lo encuentres muy atrevido de mi parte ya que sólo soy tu repartidor.
Ahora sí que podría gritar y lanzarme contra los autos que pasan a gran velocidad a nuestro lado, pero solo respiro y respondo.
—Sí, sí quiero.
—Perfecto —entrelaza su mano con la mía y nos perdemos por las calles en la noche de Santiago —por cierto ¿también puedo asistir a tu cena navideña?
—¿No tienes planes?
—Ahora sí —se gira y me atrae hacia él. Nuestros cuerpos se tocan y estamos a solo unos centímetros.
Ya no pienso en el muérdago, ni en las mil posiciones del kamasutra que tenía en mi mente para un encuentro con él. Sólo cierro los ojos y percibo cuando sus labios se encuentran con los míos, aún con el dulce sabor de la crema pastelera. Debo confesar, que es mucho más excitante compartir un beso repentino. En la calle. Después de compartir un mágico momento, con humildes personas. Y sin haberlo esperado, por fin tendré la dulce navidad que siempre esperé.